Este artículo tiene en cuenta las circunstancias de la presencia del héroe trágico en el wéstern a partir de Raíces profundas
La película de George Stevens, especialmente sus últimas imágenes, sirve como para encumbrar la aparición de los caracteres trágicos sobre el héroe del wéstern, puestos en evidencia como consecuencia de las manifestaciones dolorosas de la Segunda Guerra Mundial
Raíces profundas supone una nueva fase en la evolución del wéstern que permite hacer una exploración de su desarrollo hasta sus poéticas más intensas
El 23 de abril se cumplen 70 años de su estreno en Nueva York
Nostalgia en un wéstern minimalista
Raíces profundas (Shane, 1953), de George Stevens, siempre me ha parecido un wéstern minimalista, porque, a pesar de contar con un presupuesto alto para tratarse de una película perteneciente a este género cinematográfico, utiliza elementos mínimos y básicos. El cineasta estadounidense reduce todos los elementos a lo esencial, despoja el filme de componentes sobrantes. Reduce lo superfluo para que los espectadores puedan disfrutar de lo realmente importante, que identifiquen lo necesario y se queden expresamente con ello.
En el final de Raíces profundas (Shane, 1953), de George Stevens, Shane (Alan Ladd), el protagonista, héroe trágico del wéstern, reciente vencedor de un duelo formidable con otro pistolero, el temible Jake Wilson (Jack Palance), se marcha hacia el horizonte, cabalgando lentamente, herido durante ese combate y con el brazo izquierdo colgando al costado. Se va de la granja donde vive el matrimonio Starrett (Jean Arthur y Van Heflin) y su hijo (Brandon De Wilde), porque, como le ha dicho anteriormente al niño: «Cada uno es lo que es Joey, no se puede romper el molde». El héroe trágico se aleja mientras se va empequeñeciendo en el espacio, mientras el niño lo sigue con la mirada y grita agobiado y desesperado: «¡Shane!, ¡Shane! ¡Vuelve! ¡Adiós, Shane!». Sin embargo, Shane no regresa a un lugar donde ha surgido el amor platónico entre él y la señora Starrett, donde el pistolero errante ha conseguido que el pequeño Joey, el hijo de los Starrett, lo adore, donde se ha ganado la confianza de Joe Starrett, a quien ayuda a quitar una raíz de árbol vieja (de ahí el título en español, además de varias referencias en el guion). Shane se da cuenta enseguida de que son gente honrada y quieren vivir creando un espacio propio que les dará víveres suficientes para subsistir. Shane quiere formar parte de esa familia y dejar de lado su pasado de pistolero justiciero. Por esa razón ayudará a Joe Starrett a quitar esa raíz de árbol vieja que yace allí como símbolo de las dificultades que han tenido que superar al venir de fuera para ausentarse en un sitio inhóspito.
En el último plano de Raíces profundas, el héroe trágico se ha convertido en un fantasma viviente, cruza el cementerio de la localidad de Alabama en medio de la oscuridad de la noche, cuando el cielo extiende su manto y el viento susurra, hasta casi desaparecer, sepultado en el laberinto de la nostalgia, donde habitan los recuerdos de aquellos a los que un día amó. Al inicio de la película, en planos generales grandes, un jinete llega a la granja de una familia, los Starrett. Al principio el matrimonio lo recibe de manera amable, dejándole que tome agua de su pozo. No obstante, cuando observan que se acercan otros hombres a caballo creen que Shane es una avanzadilla de un grupo asaltante. Por este motivo, el marido, Joe Starrett, le obliga a irse apuntándole con el rifle con el que su hijo jugaba unos momentos antes. Shane se marcha sin buscar pelea. Sin embargo, al poco tiempo regresa y con su sola presencia intimida a los jinetes. El hijo de los Starrett, oculto entre arbustos, presencia todos estos acontecimientos. A partir de ese momento, el matrimonio empezará a identificarse con el forastero, lo consideran un héroe al que deben imitar, acogen con admiración al recién llegado de ninguna parte, del que no saben absolutamente nada. Se establece una relación entre los miembros de la familia y el héroe trágico del wéstern.
Enseguida descubrimos que un trauma se esconde en el pasado de Shane, experiencias desagradables que no supo enfrentar, una herida interior que no ha cicatrizado y tiene que ver con su condición de pistolero, huyendo de la violencia que tanto daño le ha causado. Toda la película posee una estructura sencilla dentro de su soporte narrativo. Ahí radica el encanto que tiene la película. El concepto del héroe trágico comenzó en 1936 con Buffalo Bill (The Plainsman), una de las obras maestras de Cecil B. DeMille, donde un personaje real del Oeste americano, Wild Bill Hickok (Gary Cooper), tiene el peor final posible: la muerte. En 1948, este concepto llega a su momento cumbre con el estreno de Río Rojo (Red River), el primer wéstern dirigido por otro de los grandes: Howard Hawks. Aunque esta vez el protagonista, Thomas Dunson (un John Wayne insuperable), tiene un final feliz.
El héroe trágico del wéstern, intentando escapar de esa violencia primaria, desea convertirse en granjero e incorporarse al hogar de los Starrett. Con ello intenta entrar en una comunidad pujante apoyada en los nuevos valores sociales y actividades agrarias. Una comunidad enfrentada a la vieja ley que intenta imponer a cualquier precio el poderoso ganadero Rufus Ryker, basada en la intimidación, las amenazas y la crueldad. La flamante comunidad frente a la antigua y arcaica ley del Oeste. Ryker, al igual que Shane, pertenece a otra época completamente distinta, la de la lucha por la tierra con los pueblos indios, la colonización, la fase ilusionante de la conquista e instauración del lugar. Los tiempos han cambiado. Ha llegado el momento del afianzamiento de la civilización. El héroe trágico del wéstern no tiene sitio en ella. La propuesta se basa en dos principios fundamentales. Uno de ellos es buscar el bien común de la sociedad en lugar del ánimo de lucro y el segundo se centra en colaborar, en lugar de competir.
Shane no tiene hogar ni rumbo fijo, es un pistolero solitario y enigmático que llega a la casa de la familia Starretts. Sin embargo, el niño lo ve desde el primer momento como alguien especial y así se lo transmite a los espectadores. De este modo, Shane se transforma en el personaje por el que es recordado el actor Alan Ladd en la actualidad: un pistolero alejado de la violencia, intolerancia y brusquedad de otros pistoleros cinematográficos. Siempre da la sensación de ser un hombre distinguido, gentil y sutil que oculta un pasado que lo atormenta, una vida llena de malas decisiones y una salida que parece estar muy lejos de la realidad. No parece un tipo peligroso ni desinteresado por la vida. Alan Ladd fue uno de los actores del cine clásico de Hollywood que, a pesar de su reducida estatura, llegó a convertirse en una auténtica estrella de dimensiones estratosféricas
Los intentos de Shane por mantenerse al margen de la violencia fracasan estrepitosamente, porque los espectadores quieren verlo en acción, conocer sus habilidades como pistolero. Lo que supone volver a un tiempo que ya no existe. En el duelo final entre los dos pistoleros, de semejanza intachable, se aprecia esta vuelta al pasado, un paso atrás en sus aspiraciones. Es incapaz de convertir sus sueños en realidad. Shane libera su violencia cuando se enfrenta a Jack Wilson. Shane viste tonos claros, en Wilson predomina el color negro. Ambos personajes son anacrónicos, indescifrables, fantasmagóricos. Tienen los días contados, se marchitan. No hay vuelta atrás. Muy pronto les llegará el final, lo mismo que a Ryker. Sus días de gloria han acabado. Como le dice Shane a este último: «La diferencia es que yo lo sé».
Shane siempre es consciente de su destino, marcado por la muerte y el olvido. Un destino inevitable y necesario. La figura del pistolero está próxima a desaparecer. Shane utiliza la violencia y mata a Wilson y a Ryker. En esos momentos valoramos la dimensión verdadera del héroe trágico del wéstern. La única probabilidad que tiene la comunidad de prosperar, avanzar y establecer una tierra fértil y productiva se ha establecido gracias a una serie de acciones violentas. Sin embargo, en Shane brota la herida que lo determina, la que el espectador había intuido en su postura y disposición ante las pistolas. Ahora se hace visible no solo para el espectador, sino también para el niño: «Estás herido, estás sangrando». Ese héroe herido es el que se aleja para siempre al final de la película, lejos del niño que le grita con todas sus fuerzas para que regrese a la granja.
Con Shane desaparece el héroe trágico del wéstern, el pistolero sin hogar, el fin de una era y la llegada de un mundo en el que no hay lugar para él. En 1956 y 1962, John Ford, con Centauros del desierto (The Searchers) y El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance), a través de los personajes de Ethan Edwards y Tom Doniphon, ambos interpretados por el mítico John Wayne, profundiza en muchos de los aspectos que aparecen en Raíces profundas, ofreciendo una visión equitativa, aunque diferente y particular a otros wésterns estrenados con anterioridad.
El niño que llevamos dentro
La mayoría de los analistas, críticos e historiadores de cine pensamos que la clave de Raíces profundas radica en que la historia está narrada desde la perspectiva de un niño, una mirada inocente, ingenua, que nos fascina ya que nos recuerda al niño que llevamos dentro. Los personajes de Shane y Joey Starrett han colocado a la película en un lugar privilegiado dentro de la evolución del género. Porque el héroe trágico es la paradoja del wéstern. Se trata de un wéstern que implica una especie de alejamiento nostálgico respecto a su universo. La mirada del niño resulta fundamental como elemento de distanciamiento que impide la percepción de la historia como wéstern simple y natural, según los preceptos clásicos que se basan en la existencia de dos principios eternos, absolutos y contrarios, el bien y el mal. En Raíces profundas los alegatos pasan a un primer término, imponiéndose a la narración del relato. George Stevens construye el filme a través de los ojos de Joey, que convierten a Shane en un héroe admirable, hasta el punto de compararlo con su padre. Incluso se queda cerca de sustituirlo en su construcción imaginaria.
Lo mismo ocurre con la madre del niño, Marian Starrett, fascinada (y puede que enamorada) por Shane, el complemento perfecto a la inocente admiración infantil. Al niño no le interesa en absoluto el Shane granjero que ayuda a su padre e intenta cambiar su vida errante. Para Joey solo cuenta la dimensión del héroe como pistolero y las largas conversaciones que mantiene sobre el manejo de las armas de fuego. Insiste en imitarlo y disparar igual que él, desoyendo las palabras de su padre e incumpliendo las promesas que le ha hecho. Aunque no presencia la humillación que Shane sufre por parte del matón Chris Calloway, el niño se niega a creer ese suceso. Su ídolo no puede ser un «cobarde». A partir de ese momento, Raíces profundas muestra el creciente e inevitable regreso de Shane al camino de la violencia, impulsado por una pelea con espíritu de revancha y venganza con el citado Calloway (mano a mano con Joe Starrett), una disputa con el propio Starrett y el duelo final con Wilson. En los tres casos, se muestra con persistencia la aparición como espectador pasivo del niño Joey Starrett.
Para el duelo final Shane recupera sus vestimentas de pistolero, el atuendo de color claro al que había renunciado en favor de unos hábitos de granjero prácticamente iguales a los que viste el niño en la escena final. Los ojos del niño son los del espectador. Su mirada nostálgica es la que le lleva a interesarse por los viejos héroes. El héroe trágico herido que desaparece es el canto de cisne de una manera de rodar cine que está a punto de desaparecer con él. Muy pronto el espectador empezará a interesarse por otro tipo de héroe más cotidiano y semejante a él que le ofrecerá el nuevo Hollywood.
El duelo final de los dos pistoleros es la escena más deseada por todos los espectadores a lo largo del film. El niño corre rápidamente en busca de esa escena que solo puede ser vista a través de sus ojos. Después de matar a Wilson y Ryker, Shane sabe que sus días han acabado. Eliminando a Wilson y Ryker, Shane ratifica su propia muerte como personaje. Mientras tanto, el niño fabrica su mirada en la contemplación de la escena. El héroe trágico del wéstern, ahora herido, ha dejado su cometido en el entorno. Se ve obligado a regresar a su naturaleza. El espectador asiste resignado a ese momento, entra en una situación nueva, donde ve marchar irremisiblemente al héroe apartado y relegado para siempre de una narración que ya no puede funcionar según los modelos clásicos del género.
Un wéstern para la eternidad
Raíces profundas no es una película más del género, sino un texto histórico, un ensayo que sintetiza y resume lo sucedido con el wéstern tras la Segunda Guerra Mundial, y muestra algunos de los posibles caminos que deberá seguir en su evolución durante los años posteriores. Porque la importancia de Raíces profundas va más allá de sus valores cinematográficos. Resulta evidente que en 1953, ocho años después del final de la Segunda Guerra Mundial y cuando han transcurrido catorce años del estreno de La diligencia (Stagecoach, 1939), de John Ford, considerada la cumbre clásica del wéstern, el héroe ha perdido su naturaleza tradicional para convertirse en héroe trágico. Shane es el héroe trágico, el pistolero situado en los límites de la naturaleza, en la frontera de la conciencia, condenado a vagar eternamente hasta que termine de purgar sus culpas, desposeído de sus características como ser humano, al margen del nuevo Oeste. En Raíces profundas se comprende el efecto de la aparición del héroe trágico en el wéstern, al menos desde Río Rojo, intuyendo las consecuencias.
George Stevens rueda un wéstern inolvidable, para la eternidad, donde lo más importante es la enseñanza de valores como la honradez y fe en las convicciones, los paisajes imponentes y un duelo final, al que el espectador asiste tan ansioso como el propio niño. Ninguna otra película ha mostrado tan bien la lucha que enfrentó a ganaderos y agricultores de granjas agrícolas de riego y cultivo intensivo. Los ganaderos se sentían incómodos ante la pérdida de terrenos para pastos y la reducción del agua disponible para el ganado. La ausencia de una autoridad policial y de justicia («no hay un sheriff en 100 millas a la redonda») impide la prevención y represión de conductas violentas.
Cuando pienso en héroes solitarios que se marchan al atardecer, el sonido de los disparos de un revólver y el eco de la voz de un niño siempre me viene a la mente Raíces profundas. Un filme que desde su estreno caló hondo en los espectadores hasta convertirse en una película mítica e imprescindible para todos los amantes del cine. Tras esta fábula sobre la lucha entre el bien y el mal –representados por colonos y ganaderos–, vista a través de los ojos de un niño, se oculta un mensaje sensible, una reflexión transcendental e intensa sobre el uso de las armas. Además, la película posee un magnetismo delicado, ingenioso e indiscutible, que he visto en muy pocas ocasiones en la gran pantalla.
En un principio, George Stevens tuvo en mente a Montgomery Clift, William Holden y Katharine Hepburn como trío protagonista para Raíces profundas. Tras rodar con él Un lugar en el sol (A Place in the Sun, 1951), Clift debía ser Shane, mientras que Holden y Hepburn encarnarían al matrimonio Starrett. Ahora resulta inimaginable pensar en otro actor que no sea Alan Ladd en la piel del pistolero. Su interpretación resultó decisiva no solo para el desarrollo de su propio personaje, sino también para la madurez del niño, que encarnó el actor Brandon De Wilde.
El guion de A. B. Guthrie Jr. y Jack Sher, que adapta una novela de Jack Schaefer, presenta a los personajes de forma majestuosa. Antes de que finalice la cinta, George Stevens ha conseguido que queramos a Joe, Marian y Joey Starret, porque los vemos a través de los ojos de Shane, un hombre con las manos manchadas de sangre, atrapado por su pasado, que se ha enamorado de una familia y sabe que tiene que marcharse. La música de Victor Young sigue siendo en la actualidad una de las más valoradas por críticos y cinéfilos entre todas las que se han compuesto para un wéstern. El Premio Óscar a la mejor fotografía en color pone de relieve el trabajo de Loyal Griggs con el tecnicolor, en el que George Stevens tuvo mucho que ver, debido a que fue director de fotografía 69 veces entre 1923 y 1933). La película obtuvo otras cinco nominaciones en la 26.ª edición de los premios Óscar, que se celebró el 25 de marzo de 1954 en el RKO Pantages Theatre de Hollywood: mejor película (George Stevens), mejor director (George Stevens), mejor actor de reparto (Brandon De Wilde y Jack Palance) y mejor guion (A. B. Guthrie Jr.). Raíces profundas se estrenó el 23 de abril de 1953 en Nueva York. Paramount Pictures consiguió un éxito de crítica y público impresionante con esta cinta. La obra de Stevens estuvo nominada a los British Academy Film Award (Premios de Cine BAFTA) a la mejor película de cualquier fuente y mejor actor extranjero (Van Heflin), al Premio DGA que otorga el Sindicato de Directores de América, EE. UU., al Premio NYFCC, que otorga el Círculo de Críticos de Cine de Nueva York, al mejor director y al Premio WGA del Gremio de Escritores de América, EE. UU. al mejor drama estadounidense. Jack Palance ganó el Laurel de Oro (Premios Laurel, 1954) y Alan Ladd y Van Heflin estuvieron nominados al premio al mejor actor dramático y George Stevens el premio al mejor director que otorga la National Board of Review of Motion Pictures (NBR). Raíces profundas apareció en el top 10 de películas de 1953 que confecciona esta asociación.