Cultura, Cine y Literatura

Centenario Ava Gardner: La Venus morena Parte I de III (1922-1949)

El próximo 24 de diciembre, Ava Gardner hubiese cumplido cien años

La mítica actriz vivió durante 12 años en Madrid (siempre estuvo muy vinculada a España), donde mantuvo una vida social intensa y protagonizó noches inolvidables de desenfreno

La crítica cinematográfica fue despiadada con ella porque la consideraban un rostro bonito sin el talento necesario para competir con otras actrices de su generación

Su vida privada tan convulsa y agitada tampoco ayudó para ganarse el respeto de la industria 

Fueron sonados sus matrimonios y posteriores separaciones con Mickey Rooney, Artie Shaw y Frank Sinatra, así como la multitud de romances, relaciones extramatrimoniales y amantes esporádicos que tuvo entre personajes públicos y compañeros de reparto, todo un lastre para ganarse la credibilidad que merecía en pantalla con personajes suyos tan inolvidables como los de María Vargas, Cynthia Green, Eloise «Honey Bear» Kelly o Maxine Faulk

El origen del símbolo sexual en el cine 

Hace 100 años nació Ava Gardner, el animal más bello del mundo, según su amigo el escritor y Premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway, la Venus morena para el responsable de esta serie de artículos. Esta conmemoración también me va a servir para revisar cómo se construyeron los símbolos sexuales del cine clásico de Hollywood. 

En 1885 nació Theodosia Burr Goodman, más conocida por Theda Bara, en Avondale, Ohio, Estados Unidos, una mujer que destacó por su belleza en los inicios del cine y que fue de las más brillantes en la época de las películas mudas. Por su apariencia provocativa y sensual y los personajes que interpretó como Cleopatra (1917), de J. Gordon Edwards, se la consideró el primer símbolo sexual de la historia del séptimo arte. La historia de Cleopatra VII, la última gobernante de la dinastía ptolemaica del Antiguo Egipto, aunque nominalmente le sucedió como faraón su hijo Cesarión. Bara aparece con una cantidad enorme de vestidos fantásticos bastante osados para la época. La película tuvo un gran éxito. Años después, las normas de Hollywood juzgaron este filme como demasiado impúdico para ser visto y las últimas dos copias fueron destruidas en los incendios de los estudios Fox. Solo algunos fragmentos, que están en manos del Museo de Arte Moderno de Nueva York, han sobrevivido hasta nuestros días.

El fenómeno del estrellato fue un elemento poderoso que Hollywood descubrió rápidamente y supo aprovechar al máximo. Crear estrellas fulgurantes, actores y actrices que hicieron las delicias del público, se convirtió en un trampolín para emprender su camino hacia el éxito, que lograba, con sus millones de seguidores, vendieran su imagen en todo el mundo. De esta forma, la taquilla estaba garantizada. Aunque mantener un cada vez más numeroso grupo de estrellas nunca fue sencillo. Además, a cada una de ellas los estudios les debían crear su propia historia. Todavía mejor si iba acompañada de una serie de grandes escándalos. Era fundamental darle a cada estrella rasgos propios de carácter extracinematográfico. Estos detalles se convertían en el material anhelado por la prensa sensacionalista y las revistas de cotilleos, medios de comunicación que gozaban de una gran tirada de ejemplares en la primera mitad del siglo pasado. Lo más difícil de todo ello era conseguir actrices que por su belleza cautivaran a los norteamericanos, en especial a la población masculina. Poco después, al encanto de algunas de ellas se les agregó sensualidad, con lo que se hicieron más famosas y atrayentes para el público. Algo no visto hasta ese momento. Estrellas atractivas con su propia provocación. La discusión sobre lo que era moral o inmoral no se hizo esperar y en 1930 apareció el código Hays (Motion Picture Production Code), que censuró y vetó todo esto de manera contundente en la producción de Hollywood. Nada de escenas insinuantes o muy expresivas, mucho menos desnudos o semidesnudos. La duración de los besos no podía exceder los tres segundos y, en lo posible, que los temas de las películas no estuvieran orientados al adulterio, la prostitución o asuntos relacionados con otras conductas sexuales consideradas indecentes. No obstante, siempre he pensado que en el cine no es tanto lo que se ve, sino lo que se insinúa a través de lo que se muestra. La imaginación de los espectadores va directa a la provocación, al impulso de lo cohibido, lo sexual. Como la atracción visual no se podía prohibir, porque no estaba contemplada en el código Hays, solo bastaba con la silueta de una mujer con curvas exuberantes y voluptuosas, una blusa y una falda apretadas que, al mostrarse desde un ángulo y perfil determinados, alentaban los deseos más oscuros de los espectadores. Si a eso se le añadía la capacidad interpretativa de la actriz, saber moverse delante de las cámaras, se creaba un símbolo sexual a nivel mundial. Algo que era completamente desconocido en la cultura occidental. El código Hays se cumplía a rajatabla, pero el lenguaje visual había creado lo erótico para el cine, una forma muy peculiar, y hasta ese momento desconocida, de la imagen en movimiento en la gran pantalla. Lo erótico se diferenciaba visiblemente de la simple belleza femenina de otras grandes actrices como Katharine Hepburn, Bette Davis, Barbara Stanwyck, Joan Crawford,  Ginger Rogers o Ingrid Bergman, que millones de seguidores seguían idolatrando por su belleza e inteligencia para la interpretación.

Comenzaron a aparecer actrices con características diferentes. Su capacidad de actuar no era una condición indispensable para protagonizar una película. Aunque con el paso de los años se acabaron convirtiendo en grandes actrices. Los mejores ejemplos de ello son Rita Hayworth, Ava Gardner y Marilyn Monroe. Intérpretes excelentes eclipsadas por su belleza incuestionable. Sin embargo, nadie se atreve a discutir lo importante que han sido para el cine y la cultura popular. Rita Hayworth, aunque de manera muy efímera, se convirtió en el gran mito erótico de mediados de los años cuarenta, gracias a Gilda (1946), de Charles Vidor. Marilyn Monroe cautivó al público con sus apariciones en Niágara (1953), de Henry Hathaway, Los caballeros las prefieren rubias (Gentlemen Prefer Blondes, 1953), de Howard Hawks, y Cómo casarse con un millonario (How to Marry a Millionaire, 1953), de Jean Negulesco. A la industria del cine le quedó muy claro que no se necesitaban dotes interpretativas como requisito imprescindible para ser una actriz que se pudiera convertir en un símbolo sexual importante. Solo se requería una apariencia directa sensual y que lo transmitieran a primera vista en la gran pantalla. Todo estaba preparado y las condiciones eran las idóneas para que emergiera una Marilyn Monroe arrolladora, que se llevaba todo por delante. Además, el código Hays cada vez se pasaba más por alto, lo que evidenció su pérdida de poder y pronto terminó su vigencia fastidiosa.

Ava Gardner, mujer de una belleza particular y cuerpo despampanante, que despedía un magnetismo colosal y una sensualidad gigantesca, tenía todas las papeletas para que se convirtiera en el mito sexual que se construyó a su alrededor. Sin ser al principio una gran actriz, los medios de comunicación de entonces, sobre todo la prensa y la radio, la convirtieron en una estrella famosa y en todo un símbolo sexual. Lo seductor y sugestivo venía de serie, a lo que había que añadirle más adelante un alcoholismo galopante, amantes famosos y escándalos abundantes, material más que suficiente para lo que el código Hays no permitía exhibir en las películas. Todo esto sucedió fuera de la gran pantalla: erótica, promiscua, adúltera, alborotadora, rebelde, desenfrenada y en manos de la prensa sensacionalista. Nada nuevo en la creación de divas y mujeres atractivas en la historia de Hollywood. Solo que ahora también entra en juego su vida privada. Mejor dicho, su vida personal, ya que de privada tenía poco. Todo lo que hacía y decía la Venus morena era  de dominio público. Un mito sexual atrapado en las garras del alcohol, los amantes y la lujuria en dimensiones increíbles, en una dimensión que nadie hubiera podido suponer. 

Una de las frases más célebres de Ava Gardner fue: «Quiero vivir hasta los 150 años, pero el día en que muera, que sea con un cigarrillo en una mano y un whisky en la otra». Un deseo que no se cumplió, pues falleció en 1990 en Londres, a los 67 años de edad, a causa de una neumonía, ya que fumaba desde los ocho años. Así que lo que no se pudo mostrar en el cine lo expuso, y en grandes cantidades, la prensa, que vivía pendiente día y noche de su vida personal. Una manera de reemplazar lo que no mostraron sus filmes, aunque en ellos era evidente la predisposición a representar cierto tipo de papel donde destacaba la mujer independiente y rebelde como en Mogambo (1953), de John Ford, La condesa descalza (The Barefoot Contessa, 1954) y, en especial, La noche de la iguana (The Night of the Iguana, 1964), de John Huston, donde interpretó magistralmente a la regente de un hotel, Maxine Faulk, una viuda alcohólica y adicta al sexo. Además, durante todo el rodaje se hizo acompañar dos jóvenes lugareños y exigió que aparecieran en la película. Era el culmen de los excesos que cometió durante su vida personal, en uno de sus momentos más difíciles y que la prensa llevó al límite de una Ava ya mayor y en plena decadencia tanto física como profesional.

El origen del mito

Si la belleza absoluta tuviera que describirse en una sola mujer, esta lo haría en Ava Gardner, la Venus morena. Su rostro era el origen de un poema, un conjunto perfecto de piezas que encajaban mágicamente, como si fuera un puzzle. La más bella combinación de todos los elementos más hermosos del planeta. Estaba bañada de una dulzura sin igual, llena de rasgos limpios, repletos de melodías de dulce sonar. Su cuerpo refrescaba el aroma de una brisa cálida. Ava fue una actriz que brilló con luz propia durante los años cuarenta y parte de los cincuenta. En los años sesenta su estrella empezó lentamente a declinar. Cada vez le llegaban menos ofertas de trabajo y se vio obligada a retirarse del cine. 

Ava Lavina Gardner nació en el seno de una familia humilde, cultivadores de tabaco y algodón, la Nochebuena de 1922 en Ciudad de Westminster, una pequeña localidad de Carolina del Norte, Estados Unidos. Creció en el ambiente rústico del campo junto con sus seis hermanos. Ella era la menor de todos. Su padre, Jonas Bailey Gardner, era un hombre católico de ascendencia irlandesa y amerindia. Mary Elizabeth «Molly» Baker, su madre,era una mujer bautista de orígenes irlandeses, escoceses e ingleses. Cuando sus hermanos todavía eran pequeños, la familia Gardner perdió la propiedad que tenía y Jonas se vio obligado a trabajar en un aserradero y Molly, como cocinera y ama de llaves en el colegio mayor de Brogden. Su primo, Ambler William Winstead, era el abuelo de la también actriz Mary Elizabeth Winstead, estableciendo un parentesco entre ambas. Cuando Ava cumplió 13 años, toda la familia se trasladó a Newport News, en el estado de Virginia, esperando que, con un poco de suerte, sus vidas cambiaran para mejor. Sin embargo, en poco tiempo, ante las dificultades inesperadas que se encontraron para conseguir empleo, tuvieron que volver a mudarse a Rock Ridge, un suburbio de Wilson (Carolina del Norte). Su padre murió en 1935 de bronquitis y Ava y algunos de sus hermanos decidieron acudir a la escuela de Rock Ridge con el fin de graduarse. De esta manera, Ava pudo ir posteriormente a clases de secretariado en el Atlantic City Christian College. Trabajar como secretaria se convirtió en su objetivo principal durante esos años.

Ava Gardner soñaba desde que era adolescente con ser una gran estrella de cine. Clark Gable era su gran ídolo cinematográfico. Se puede decir que estaba enamorada platónicamente de él. La suerte le cambió cuando tenía 18 años. Ava, convertida en una joven hermosa de ojos verdes y una preciosa melena de color castaño, viajó a Nueva York en 1940 para visitar a su hermana Beatrice. Por casualidades del destino posó para el marido de su hermana, el fotógrafo profesional Larry Tarr, quien era consciente de la belleza tan arrebatadora que tenía su cuñada. Satisfecho con el resultado de ese trabajo, decidió colgarlas, después de pedirle permiso a Ava,  en el escaparate del estudio fotográfico que tenía en la Quinta Avenida. En 1941, una de las fotografías que Tarr había realizado llamó la atención de Bernard «Barney» Duhan, quien trabajaba como cazatalentos para Metro-Goldwyn-Mayer. Duhan entró en la tienda, con la intención de ponerse en contacto con ella, y pidió su número de teléfono. Pero no consiguió que nadie se lo diera. Alguien debía enviar información de ella a MGM y su hermana lo hizo nada más enterarse de elloe. Después de que su hermana realizara algunas gestiones, a Gardner se le dio la oportunidad de realizar una prueba de cámara para el jefe del estudio, Louis B. Mayer. Ava viajó de nuevo a Nueva York para entrevistarse con los directivos que MGM tenía en las oficinas de la ciudad, acompañada en todo momento de Beatrice. Esta prueba le sirvió para que  Hollywood le abriera sus puertas de par en par. Mayer dijo tras verla: «Ella no puede actuar. Ella no sabe hablar. Ella es estupenda. Contrátenla». La falta de formación y su acento sureño fueron los primeros obstáculos que tuvo que superar. Aunque su acento sureño era encantador, el estudio decidió que Ava necesitaba de los servicios de un entrenador vocal para suavizarlo lo máximo posible. Dio clases de dicción (también de arte dramático), ya que su acento de Carolina del Norte iba a ser prácticamente incomprensible para los espectadores. MGM contrató a la actriz por un periodo de siete años. Pese a sus habilidades limitadas como intérprete, era innegable que la cámara la adoraba. Su hermosura lograba captar la atención de todos aquellos que la rodeaban.

Sus primeros trabajos 

Durante los primeros años de su contrato, las apariciones de Ava Gardner fueron muy breves, apareciendo en títulos como Cenizas de amor (H.M. Pulham, Esq., 1941), un alegato argumental fantástico contra la elección absurda, en muchas ocasiones, de la tradición y lo convencional, en contra de la felicidad y la pasión intensa que supone la experiencia de cambiar en algunos aspectos, o La última prueba (Kid Glove Killer, 1942), de Fred Zinneman, un filme notable que nos enseña  cómo la ambición a veces arrastra a los hombres hasta hundirlos en ese lodo putrefacto donde se alcanza la capacidad de atentar hasta contra los propios amigos. Ava también apareció en Reunión en Francia (Reunion in France, 1942), dirigido por Jules Dassin y producido por Joseph L. Mankiewicz, un aceptable y entretenido melodrama, con trasfondo bélico, protagonizado por Joan Crawford, John Wayne y Philip Dorn. El filme está muy bien dosificado con autocrítica, compromiso moral, solidaridad, espíritu de sacrificio y, especialmente, un trabajo en equipo absolutamente ejemplar, aunque la pareja protagonista no quedó satisfecha con el resultado final. También hay momentos para el romance, donde la razón se impone a los sentimientos. Los espectadores se darán cuenta de que las apariencias a veces engañan en exceso. Van a sentir que la destrucción de las fuerzas negativas, que cada cierto tiempo surgen para coartar la libertad y sembrar oscuridad, será un hecho irreversible si concentramos esfuerzos y cada corazón se organiza con empeño y constancia. En Reunión en Francia Michelle de la Becque (Joan Crawford) está enamorada del diseñador industrial Robert Cortot (Philip Dorn). Juntos disfrutan en París de una vida lujosa hasta que Michelle descubre que su amante se relaciona con oficiales nazis y que sus fábricas trabajan para el ejército alemán. Al mismo tiempo, ayuda a un aviador americano (John Wayne) cuyo avión ha sido derribado y acaba enamorándose de él. Ava aparece en un pequeño papel no acreditado como una dependienta parisina llamada Marie.

En 1942 comenzó a intervenir como actriz de reparto en numerosas producciones de presupuesto insignificante, como La casa encantada (Ghosts on the Loose, 1943), de William Beaudine, un híbrido de comedia y terror, producido por Monogram Pictures, que pertenece a la etapa en la que el gran Béla Lugosi comienza a entrar en decadencia. La casa encantada es la primera película en la que aparece Ava Gardner acreditada en los títulos. Anteriormente, existen varias películas en las que Ava aparece brevemente, pero sin estar acreditada. Su papel en esta cinta también es corto. Se trata de una película de poca calidad que pretende ser de terror y se acaba convirtiendo en una comedia de enredo, al estilo de las de Bud Abbott y Lou Costello, muy mediocre, bastante mal interpretada. Lo mejor es que este despropósito solo dura una hora y cuatro minutos. La calidad de la fotografía es vulgar y no se puede apreciar del todo la belleza de Ava más que en unos pocos planos medios, ya que no hay primeros planos. Eso no impide que ella sea lo único que brilla en el filme y por lo único que merece la pena ser visto. Three Men in White (1944) es una comedia dramática de Willis Goldbeck en la que trabaja junto a Van Johnson y Lionel Barrymore. En esta película corrió mejor suerte y logró llamar la atención del público gracias a su papel de Jean Brown Era la tercera ocasión en que Johnson se metía en la piel del Dr. «Red» Ames, el fiel asistente del Dr. Gillespie, papel interpretado por Lionel Barrymore en innumerables ocasiones. En esta película se incorporaba una jovencita y seductora Ava Gardner. La historia vuelve a centrarse en la elección de Gillespie por uno de los dos asistentes, el Dr. Red o el Dr. Lee. Para ello tendrán que afrontar otro caso y decidir el diagnóstico: se trata de una niña que se pone enferma cada vez que come dulces.

La trayectoria cinematográfica de Ava Gardner no se puede considerar un camino de rosas porque, en muchas ocasiones, casi todos los críticos fueron crueles con sus actuaciones. Durante muchos años la consideraron una cara bonita que carecía del talento necesario para poder competir con otras actrices del momento. El que su vida privada estuviera continuamente ocupando las principales portadas de la prensa rosa tampoco la ayudó para ganarse el respeto de la industria. 

Mickey Rooney, un matrimonio marcado por el alcohol y las infidelidades 

A los espectadores actuales les puede resultar raro pensar en una pareja como la formada por Mickey Rooney y Ava Gardner. Sin embargo, deberían situarse en aquella época para comprender los motivos por los que los dos actores se acabaron enamorando y casando. Su 1.57 de altura y eterna cara de niño no fue un obstáculo para conquistar a una candidata al star system de Hollywood. El protagonista de grandes éxitos como Los hijos de la farándula (Babes in Arms, 1939), de Busby Berkeley, con la que había logrado su primera nominación al Premio Óscar, estaba en lo más alto de su carrera profesional. El joven Rooney tenía una imagen pública inmaculada, una sonrisa permanente e irradiaba una simpatía contagiosa. Pero en su vida personal era un conquistador nato, un verdadero depredador sexual. Estamos hablando de una época alejada de los cánones de belleza actuales, en los que no había que ser demasiado guapo y alto para resultar atractivo. El caso de Humphrey Bogart es el ejemplo más claro. Boggie supo crear un mito: el galán masculino. Un seductor de mirada penetrante, astucia peligrosa, elegancia contenida, cigarrillo eterno en su mano derecha y una condición de galán feo que lo alejaba de los estereotipos habituales del cine clásico de Hollywood. En la actualidad, está considerado por unanimidad una de las estrellas más importantes del cine.

En 1941, Metro-Goldwyn-Mayer estaba rodando la comedia romántica y musical Chicos de Broadway (Babes on Broadway, 1941), de Busby Berkeley. La entrada apoteósica de una joven guapísima de 19 años llamada Ava Gardner llama poderosamente la atención del protagonista de la película, Mickey Rooney, quien volvía a compartir cartel con Judy Garland, su pareja profesional más famosa. La actriz comentó en sus memorias, Ava Gardner: Conversaciones secretas, que la visión del actor fue inolvidable: «Recuerdo con claridad la primera vez que lo vi, probablemente porque llevaba un frutero en la cabeza… Estaba caracterizado como Carmen Miranda, con las pestañas y los pechos postizos, y pintalabios». «Medía 1.55, pero siempre llevaba tacones; así que era más o menos de mi altura, cuando yo calzaba zapatos de tacón de 12 centímetros», relataba Rooney, que en el momento del encuentro iba disfrazado de Carmen Miranda por exigencias del guion. El pequeño actor había conocido a muchas mujeres maravillosas en su vida, pero Ava las superaba a todas. Esa misma noche Rooney la llamó por teléfono. Ava intentó esquivarlo. Al final acabó cayendo ante la insistencia de aquel hombrecillo. A Louis B. Mayer aquel romance no le hizo ninguna gracia. Pero su estrella estaba dispuesta a conquistar a Ava a cualquier precio. Mayer aceptó con una condición: que fuese una boda tranquila y sin publicidad. Poco después Rooney le regaló un anillo con un diamante enorme a su enamorada. Ava le puso como condición no acostarse con él hasta que estuvieran casados. Rooney tenía 22 años y era toda una estrella cinematográfica cuando se casó con la joven Ava, de 19 años, el 10 de enero de 1942. La boda fue un acontecimiento para la época. La ceremonia se celebró en una pequeña iglesia en Ballard, California. A la celebración solo acudieron Bappie, la hermana de Ava, los padres de Mickey y el asistente del actor. Y, tal y como se aprecia en las fotografías de aquel día, Ava Gardner vistió un traje de chaqueta azul decorado con un ramillete de orquídeas, renunciando así al tradicional look nupcial. Una decisión sobre la que Ava hablaría en sus memorias. «Arruinó mi sueño de casarme con una ceremonia hermosa y un vestido de novia blanco. No me importó renunciar a la gran boda, pero sí eché de menos el vestido». Tras la boda, la pareja de actores pasó su luna de miel en Monterey (California). Desafortunadamente, poco después de convertirse en marido y mujer, entraron en una etapa marcada por el sexo y el alcohol. De lo segundo da detalles ella en sus memorias: «Cuando pienso en aquel matrimonio, pienso en los club de noche, como el Palladium o el Cocoanut Grove (…). Allí es donde aprendí a beber, a beber de verdad. Aunque todos los clubs eran estrictos con la venta de alcohol a menores (no llegaba a los 21 años), Mick me servía los Martinis secos en tazas de café». Del sexo habla el «niño malo» del cine en Life is Too Short, contando que una vez que ella entró de lleno en el asunto, «ya no quería dejar de hacerlo». Según él, bastaba un pantalón corto, quitarse los zapatos al llegar a casa, una risa o una mirada  para despertar al animal que habitaba dentro de ellos. Pero pronto comenzaron las infidelidades. Rooney era bajito y una celebridad adorada por medio mundo. La convivencia se convirtió en un infierno. Ava reconoce que nunca dejaron de desearse, aunque como venganza «utilizaba su altura para insultarle. Le decía que estaba harta de vivir con un enano». Su relación terminó durante una de sus múltiples peleas. Él sacó su agenda y comenzó a citar a todas sus amantes y lo maravillosas que eran en la cama. Ni corta ni perezosa ella lo echó de casa. Ava fue inteligente: en el divorcio, que tuvo lugar en 1943 y duró menos de un año, alegó incompatibilidad de caracteres, para no manchar la carrera de Rooney. El estudio fue agradecido con ella y le prometió mejores papeles en películas más importantes. Ahí comenzó de verdad el arranque del mito. 

Apenas dos años más tarde, en 1945, Ava Gardner contrajo enlace con el músico Artie Shaw, conocido como el rey del clarinete, y exmarido de su gran amiga Lana Turner. Fue otra boda discreta que se celebró el 17 de octubre de 1945 en la mansión del músico en Bedford Drive (Beverly Hills). Aunque aseguró haber deseado casarse con un vestido de novia tradicional en su primera boda, en la segunda repitió el mismo estilismo. Ava volvió a casarse con un traje de sastre que decoró con un ramillete de orquídeas. Este matrimonio tampoco prosperó y un año más tarde llegó la separación. Era su segundo fracaso amoroso. Pero a ella, la verdad,no le importaba mucho. Después el excéntrico millonario Howard Hughes la pretendió obsesivamente. Ava siempre rechazó todas sus propuestas de matrimonio. Parecía no estar dispuesta a apostar nuevamente por pasar por el altar. Ambos mantuvieron una prolongada amistad.

Señal de parada, entretenido drama de intriga

Señal de parada (Whistle Stop, 1946), de Léonide Moguy, supuso un paso hacia delante en la carrera de Ava Gardner. La película es un drama entretenido con buenas dosis de intriga, que resulta ameno e interesante a partir de que el amigo del protagonista (George Raft), muy bien interpretado por el excelente Victor McLaglen, se convierte en casi el personaje principal de la obra. Por lo menos es el que tiene más gracia y mayor bagaje dramático de todo el reparto. Lo mejor, junto al personaje compuesto por McLaglen es la belleza de Ava, en el mejor momento físico de su carrera. La Venus morena está impresionante en todo momento, aunque lleva en casi todas las escenas en las que aparece el mismo vestido, tanto en la calle como dentro de su casa. Y eso no resulta creíble. Gardner realiza su mejor información hasta el momento. Destaca principalmente en la escena en la que le echa la bronca, llamándole cobarde, a McLaglen, cuando este, al menos en apariencia, abandona al protagonista cuando más lo necesita. Ava está magnífica, deslumbra por su belleza y resulta creíble en el papel de una mujer que vuelve a su lugar de origen para encontrar de nuevo al dueño de su corazón, Raft, en los momentos en que no aparece junto a ella, luce con su mirada famosa y característica, sobrelleva un personaje que da demasiados vaivenes emocionales debido a su situación de desesperanza. Ava es el centro de admiración y la película no queda en el olvido por ella. Señal de parada cuenta la historia de una bella mujer (Ava Gardner) que se debate entre el amor de dos hombres: uno, sin dinero y honrado (Victor McLaglen), y el otro, el dueño corrupto de un club de noche (George Raft). 

Forajidos, expresionista obra maestra y salto a la fama

Tras varios papeles secundarios de poca importancia, Ava Gadner saltó a la fama gracias a su interpretación de la misteriosa Kitty Collins, una de las mujeres fatales más famosas de la historia del séptimo arte, en Forajidos (The Killers, 1946), de Robert Siodmak, una de las mejores películas de cine negro de la historia del cine. Obra maestra absoluta que algunos críticos han calificado como el Ciudadano Kane de este género cinematográfico por su indudable genialidad y fragmentada narración en forma de diversas analepsis… Ava no aparece mucho tiempo en pantalla, pero lo aprovecha al máximo. El papel parece expresamente escrito para ella. Si bien el productor Mark Hellinger consideró a muchos actores para el papel de Ole Andreson, alias el Sueco, Ava fue su única opción para interpretar a Kitty Collins. A partir de Forajidos, la actriz se consolidó como protagonista y en los últimos años de la década de los cuarenta intervino en títulos como Mercaderes de ilusiones (The Hucksters, 1947), de Jack Conway, Venus era mujer (One Touch of Venus, 1948), de William A. Seiter, Mundos opuestos (East Side, West Side, 1949) de Mervyn LeRoy, Soborno (The Bribe, 1949) de Robert Z. Leonard, o El gran pecador (The Great Sinner, 1949) de Robert Siodmak.

El cine negro es un género cinematográfico que suele girar en torno al crimen, las mujeres peligrosas, los hombres ingenuos, el destino inexorable o la no menos implacable acción de la justicia policial. A todo ello se le puede añadir ambientes de boxeo, billares o celdas, claroscuros herederos del expresionismo alemán, diálogos incisivos y canciones insinuantes para obtener una combinación eficaz. Todos estos elementos aparecen en Forajidos. Esta película destaca por tener una estructura original a base de secuencias retrospectivas que van esclareciendo un crimen sucedido en el presente. Robert Siodmark dejó su sello personal con una puesta en escena magistral de marcado carácter expresionista. Forajidos parte de un material tan breve como sugerente. El relato homónimo de Ernest Hemingway (un relato corto magnífico) solo contaba la historia de cómo dos matones llegaban a un pueblo para matar al Sueco. Aunque consiguen avisarle a tiempo, decide no escapar. Cansado de huir, acepta su castigo. La puesta en escena de ese prólogo memorable deja a los espectadores con el corazón en un puño. John Huston, Richard Brooks y Anthony Veiller son los responsables del guion, aunque solo este último aparece en los títulos de crédito. La música de Miklós Rózsa (tema memorable que ha copiado y plagiado hasta la saciedad) anuncia una amenaza despiadada, aunque no se desencadena hasta que no llega la visita al Sueco. En sombras, un debutante Burt Lancaster se niega a escapar y acepta su destino sin moverse de la cama en la que mira al techo. Con un plano picado los espectadores pueden seguir a los criminales por la escalera y sus abrigos largos y sombreros ceñidos anuncian lo que va a pasar más adelante. Pero el Sueco solo mira a la puerta. Esta se abre y las caras de los asesinos se iluminan con los fogonazos de sus revólveres. El brazo desnudo del joven se desliza lentamente, soltando la barra de la cama mientras su vida se apaga. Una de las presentaciones más impactantes que se han visto en la gran pantalla. Un agente de seguros, interpretado por Edmond O’Brien, será el encargado de seguirles la pista a todas las personas que conocían al difunto exboxeador y expresidiario. Ellas son las que le irán dando pequeños detalles de su pasado. Un pasado que los espectadores irán completando como si se tratara de un puzle.

Con apenas veintitrés años Ava Gardner, que había interpretado diversos papeles pequeños y ya se había casado y divorciado de Mickey Rooney, irrumpe en la historia del cine como la irresistible y misteriosa Kitty Collins, la novia de un gánster, por la que el Sueco pierde la cabeza. Y es que cualquier hombre se puede volver loco contemplando a Kitty, porque su belleza hace daño. Sin la presencia de Ava la película hubiera sido completamente distinta. El famoso vestido negro con hombros al aire apenas sale cinco minutos y Kitty no está en pantalla más de veinte. Sin embargo, su presencia domina la historia desde que aparece. Sus rasgos felinos se balancean entre el susurro y las uñas, sin que el público sepa qué le va a tocar en cada momento. Su final inolvidable remata el carácter de su personaje en otra escena para el recuerdo: cuando le pide a un moribundo que diga que ella es inocente.

Kitty Collins llena la pantalla cada vez que aparece y esta será su cualidad principal en todas las películas que rodaría a continuación. Bella y sorprendente es la escena en la que el Sueco ve a Kitty por primera vez. Se aprecia por la expresión de su cara y la de su novia, que no deja de mirarle, como todo lo mundano ha desaparecido de su mente y solo permanece imborrable la imagen de Kitty Collins cantando. Kitty lo ha seducido a la primera. Sabe que puede hacer con él lo que quiera. Si le pide que se tire por un barranco lo va a hacer sin rechistar. El Sueco se ha enamorado de ella apenas la conoce. La película dura 103 minutos y Ava Gardner no aparece hasta el minuto 36. En su primera aparición, Ava se encuentra de espaldas, sentada frente a un piano, con un traje de noche que se ciñe a su cuerpo como una segunda piel. Se ha enterado de que el Sueco es boxeador. No obstante, reconoce que no le gusta un deporte basado en la violencia: «No soportaría ver cómo pegan a un hombre que aprecio», afirma con una ingenuidad poco convincente. Se aparta un momento (Robert Siodmak busca la excusa perfecta para mostrarle al público un plano completo de un cuerpo que no admite ningún reparo) y regresa al poco rato con una copa y un cigarrillo, apoyándose sensualmente en el piano para iniciar una canción, The More I Know of Love, con una voz apacible, que fascina al Sueco. Ava no necesita actuar. Su físico representa la fuerza del destino, que empequeñece la libertad del ser humano para elegir su futuro. Charleston (Vince Bamett), un delincuente anciano que compartió celda con el Sueco, le aconseja que deje de escuchar el arpa y le habla de las estrellas. Sin embargo, este personaje solo tiene ojos para Kitty, que se balancea lentamente de un lado a otro como una gata y le desconcierta con la mirada. Siodmak resalta su belleza en cada plano, optando por encuadres que muestran todo su poder de seducción. Tumbada en una cama, con el pelo suelto, un jersey ajustado y una revista entre las manos, su encanto resulta irresistible para cualquier hombre. El cineasta alemán utiliza los contrapicados para acentuar la fortaleza del Sueco, pero también para demostrar su debilidad frente a los engaños de Kitty, que juega con él aparentando ternura, pasión e ingenuidad. Entre abril y mayo de 1950, Ava Gardner y el equipo de Pandora y el holandés errante (1951) rodaron en Tossa de Mar, un pequeño pueblo pesquero de la Costa Brava. La actriz se enamoró de España y los lugareños, que la adoraban, le devolvieron ese amor con una estatua de bronce a tamaño real de ella vestida de Pandora. Ava también interpretó a la diosa Venus en Venus era mujer. Ni la estatua le hace justicia ni como diosa está más preciosa que en Forajidos. La belleza del apodado animal más bello del mundo y los continuos escándalos que protagonizó en su vida privada siempre empañaron un talento interpretativo fuera de toda duda.

Esta obra maestra supuso el debut cinematográfico de Burt Lancaster, otro de los grandes mitos del cine clásico de Hollywood. Su estupenda interpretación del Sueco lo catapultó inmediatamente al estrellato. De atractivo y carácter sólido, la figura arrogante de este actor siempre estuvo asociada a la del hombre galán y duro. Un físico prodigioso, una sonrisa brillante y una dicción impecable convirtieron a este extrapecista de circo en una de las mayores estrellas de la meca del cine. Su carrera hacia el éxito fue fulgurante después del estreno de esta cinta. La química entre Lancaster y Ava Gardner, el mito del pelo negro, es difícil de superar. Kitty, una mujer tentadora, tiene una misión que cumplir: conquistar al Sueco para conseguir sus propósitos. Los dos actores trabajaron juntos dos veces más: Siete días de mayo (Seven Days in May, 1964), de John Frankenheimer, y El puente de Casandra (The Cassandra Crossing, 1976), de George Pan Cosmatos. Forajidos obtuvo cuatro nominaciones a los Premios Óscar: mejor dirección (Robert Siodmak), mejor guion (Anthony Veiller), mejor banda sonora de una película dramática o comedia (Miklós Rózsa) y mejor montaje (Arthur Hilton), y la National Board of Review, USA la incluyó en su lista de las diez mejores películas de 1946.

Mercaderes de ilusiones, comedia divertida y primer encuentro con su gran ídolo 

Mercaderes de ilusiones (The Hucksters, 1947), de Jack Conway, supuso el debut de Deborah Kerr en Hollywood, después de haber triunfado en su país natal, Gran Bretaña, con películas como Narciso negro (Black Narcissus, 1947), de Michael Powell y Emeric Pressburger, donde interpretaba a la hermana Clodagh, quien intenta olvidar una relación fallida en Irlanda, su país natal, en un lugar remoto en medio de los Himalayas (el Palacio de Mopu, cerca de Darjeeling) con el fin de fundar una escuela y un hospital. Clark Gable interpreta a Victor Norman, un ejecutivo de publicidad radiofónica que ha luchado en la Segunda Guerra Mundial y se encuentra en busca de un trabajo similar al que tenía antes de la guerra. Sin embargo, Víctor tiene que afrontar múltiples dificultades para abrirse camino en la vida. Una vez decidido a dedicarse al mundo de la publicidad, utiliza a viudas de guerra para que alaben las virtudes de los productos que anuncia. Durante un viaje en tren hacia la costa, Victor se topa con su antiguo amor, la cantante Jean Ogilvie (Ava Gardner). Victor la incluye en su plan para firmar un acuerdo con Buddy Hare (Keenan Wynn). Con Ogilvie como su cómplice, consigue que el agente David Lash (Edward Arnold) le ofrezca a Hare a precio de ganga. Cierran el acuerdo y cuando Lash se da cuenta de que lo ha hecho amablemente se compromete a cumplirlo.

La película es una comedia divertida, elegante e inteligente que tiene un comienzo pletórico, lleno de dinamismo y originalidad. Sin embargo, va perdiendo entidad a medida que avanza la trama y se convierte en un melodrama algo lento y menos convincente de lo que presagiaba su inicio arrollador. A pesar de que Louis B. Mayer y Metro-Goldwyn-Mayer gastaron 2 439 000 de dólares para relanzar la carrera cinematográfica de un Clark Gable maduro, tras su ausencia de la gran pantalla durante la Segunda Guerra Mundial, Mercaderes de ilusiones tuvo muchas críticas negativas y no cumplió las expectativas en la taquilla. Casi todo el peso del filme recae en el Rey. Y Gable sale airoso, demostrando que todavía le quedaba cuerda para rato. Junto a él, una dulce Deborah Kerr, que empezaba su carrera exitosa en el cine norteamericano, después de haberlo hecho en su tierra natal, demostrando su sello de elegancia y sobriedad, que marcaría todos sus papeles. Sin embargo, en esta cinta queda un poco relegada por la figura de una Ava Gardner apoteósica que, aunque aparece con un papel de reparto, eclipsa, sin desmerecer el trabajo de la actriz inglesa, tanto por su belleza como por su interpretación a Deborah. De todas formas, Deborah está espectacular y realiza un ejercicio de interpretación espectacular lleno de matices y riqueza gestual.

Durante la producción de la cinta, Ava Gardner se echó para atrás al saber que la iba a protagonizar junto a su ídolo de la infancia: Clark Gable. Arthur Hornblow, el productor, le pidió a Gable que la llamara para convencerla de que participara en la película. El Rey le dijo a la Venus morena: «Se supone que debo hacerte entrar en razón, pero no voy a hacerlo, odiaba cuando me lo hacían a mí; pero espero que cambies de opinión, pequeña, creo que será divertido trabajar juntos». Desde entonces los dos se convirtieron en grandes amigos y volvieron a rodar otras dos películas juntos. Gable también tuvo que tranquilizar a Deborah Kerr, porque estaba muy nerviosa cuando comenzó el rodaje. Para conseguirlo, le envió seis docenas de rosas en su primer día de trabajo. Los dos congeniaron desde el principio, tanto dentro como fuera del set

Venus era mujer, la sensualidad y seducción de la belleza 

Venus era mujer (One Touch of Venus, 1948), de William A. Seiter, es una comedia ligera donde Ava Gardner personifica la sensualidad, la belleza y seducción. No es una gran película, pero fue muy importante en la carrera profesional del animal más bello del mundo. Una cinta en la que Ava les muestra todas sus cualidades como actriz, potencial sensual y seductor como fémina a los espectadores, uniendo a su escultural figura la inocencia y la pillería de la juventud. En Venus era mujer logra seducir a los dos protagonistas, Robert Walker y Dick Haymes, (simples espectadores al lado de Venus) del mismo modo que lo hace con el público. La película se inspiró en un musical exitoso de Broadway, The Tinted Venus, de F. Anstey, dirigido por Elia Kazan y protagonizado por Mary Martin, una cantante excelente. La obra tuvo tanto éxito que recibió el Donaldson Award y el New York Film Critics Circle Award en 1943. La mítica Mary Pickford quiso producir la versión cinematográfica del musical, esperando contar con Mary Martin para el papel de Venus. Pero surgió un contratiempo inesperado: la futura Venus se quedó embarazada y una estatua en ese estado no hubiera resultado creíble. Por este motivo, Pickford vendió los derechos a Universal Pictures, quien sacó adelante el proyecto con bastantes cambios. Ava Gardner reemplazó a Mary Martin. Frank Sinatra, Clifton Webb y Bert Lahr, quienes figuraban en el proyecto de Mary Pickford, fueron sustituidos por Robert Walker, Dick Haymes y Eve Arden. Por su parte los dieciséis números musicales del original de Broadway, compuestos por Kurt Weill, se quedaron en solo dos. Gardner fue doblada por Eilenn Wilson porque no sabía cantar. Con todo mi respeto y sin ánimo de menospreciar a nadie, donde se ponga Ava Gardner que se quiten todas las Mary Martin del mundo. Ava era una diosa en cuerpo y alma. Un papel de diosa del amor vestida con túnica tiene un nombre propio y es el de Ava Gardner.

Venus era mujer es una comedia romántica deliciosa en el musical que tiene a Ava Gardner en el papel femenino protagonista encarnando nada más y nada menos que a una diosa griega. Pese a las malas críticas que recibió en su estreno, es una de las interpretaciones más recordadas de la primera etapa de la actriz. La historia tiene lugar en los almacenes Savory, donde una escultura de mármol se volverá de carne y hueso cuando un empleado le de un beso en los labios. En los diálogos se menciona varias veces la leyenda de la Venus del asentamiento neolítico de Çatal Hüyük, Anatolia, Turquía. Aunque, en realidad, la idea proviene del mito de Afrodita de Cnido, Afrodita Cnidea o Venus de Cnido fue una de las esculturas más célebres del autor griego Praxíteles y una de sus primeras obras, realizada en Atenas en torno al año 360 a. C, cuya escultura semi desnuda era tan real que ejercía, según la leyenda, un poder de fascinación que hechizaba a todos los hombres que la visitaban. Siguiendo con la mitología griega esa misma idea tiene continuidad en Las metamorfosis, el poema en quince libros del poeta romano Ovidio, donde se narra la historia del mundo desde su creación hasta la deificación de Julio César, combinando con libertad mitología e historia. En esta obra literaria un escultor, durante su búsqueda de la mujer perfecta, acababa enamorado de Galatea, una escultura hecha por él mismo que adquiere forma humana.

Más allá de todas estas consideraciones y referencias artísticas, Venus era mujer es una película bastante discreta que funciona como entretenimiento ligero. El humor toma como referencia la screwball comedy clásica con los típicos enredos sentimentales y algunos gags más propios de la comedia física (slapstick) en todo lo que hace referencia a la ineptitud del protagonista, un Robert Walker que, al parecer, no pasaba por una buena época tras su separación de la actriz Jennifer Jones. Por aquel entonces padecía problemas de alcoholismo y depresión. El papel de Ava Gardner en esta película le permitió demostrar sus dotes para la comedia estando vestida con una túnica himatión de la Antigua Grecia que acentuaba todavía más su sensualidad. Este rol la convirtió en un verdadero icono sexual. Aunque algún crítico del New York Times se atrevió a decir que su interpretación era más fría que la de una estatua. En realidad, la actriz está absolutamente fascinante en un papel que combina inocencia y seducción. Para la carrera de Ava supuso su consagración como mito erótico del cine clásico de Hollywood y nos deleitó con uno de sus personajes más recordados de todos los que interpretó.

Mundos opuestos, los fantasmas del pasado

Mundos opuestos (East Side, West Side, 1949) de Mervyn LeRoy, es un melodrama romántico que tiene un reparto fabuloso: Barbara Stanwyck, James Mason, Ava Gardner, Van Heflin, Cyd Charisse, Nancy Reagan, Gale Sondergaard y William Conrad. Isobel Lennart adapta una novela de Marcia Davenport (El valle del destino) que narra la historia de una dama de la alta sociedad neoyorquina (Barbara Stanwyck) y su esposo (James Mason), un prestigioso abogado. Su matrimonio se tambalea cuando él cae en los brazos de una seductora mujer (Ava Gardner). Tomando como referencia principal una serie de romances cruzados no siempre correspondidos, Mundos opuestos realiza un retrato crítico sobre la superficialidad de la clase alta neoyorkina de posguerra. Contiene un giro criminal inesperado en la parte final que deja a los espectadores completamente desconcertados. La película retrata el conflicto matrimonial existente entre Jessie (Barbara Stanwyck) y Brandon Bourne (James Mason) que, pese a guardar las apariencias delante de los demás, están pasando por una crisis profunda de confianza tras la infidelidad cometida por Brandon, quien cayó rendido en los brazos de Isabel Lorrison (Ava Gardner). La mujer sigue amando a su esposo y ha decidido darle una segunda oportunidad para salvar el matrimonio con el resentimiento interior que todavía producen las heridas. Sin embargo, Jessie conserva la esperanza de que conseguirá cambiar su actitud y que las aguas volverán a su cauce una vez que Isabel se haya marchado de la ciudad. Sin embargo, cuando todo parece que se ha solucionado, una llamada de teléfono será el comienzo inquietante del regreso de la amante para destruir nuevamente sus vidas.

Brandon es un mujeriego adicto al sexo que ahora se contenta con coquetear con otras mujeres en locales nocturnos. Pero con Isabel es distinto y se convierte en un hombre enfermo incapaz de resistirse a la presencia de la seductora mujer. Así que tras volver a verla reanudará una relación extramatrimonial tóxica que pondrá en riesgo su enlace con Jessie. La trama se complica con la llegada a la ciudad de Mark Dwyer (Van Heflin), un policía que mantiene una relación cariñosa con una ingenua joven llamada Rosa Senta (Cyd Charisse), mucho menor que él, pero que enseguida quedará prendado de los encantos de Jessie, a la que pretenderá de manera discreta ofreciéndole consuelo. Las interrelaciones de todos los personajes están basadas en el amor y el deseo no correspondido, en contemplar con veneración a alguien que, a su vez, está interesado en alguien más.

Aunque Mundos opuestos no está considerado uno de los mejores melodramas más de Mervyn LeRoy, tiene el honor de juntar en pantalla a Barbara Stanwyck, como la sacrificada esposa de educación distinguida, y Ava Gardner, como la amante que hace que Brandon pierda el juicio. Ambas solo comparten una escena inquietante en la que nuestra Ava se comporta como una auténtica malvada de modales salvajes. Muchos vieron en ese momento una extensión de la vida real, teniendo en cuenta que, por aquel entonces, había multitud de rumores sobre un posible romance entre Ava y Robert Taylor, marido de Stanwyck, tras haber compartido cartel ese mismo año en Soborno. Ava asume en Mundos opuestos con naturalidad su papel de la otra, la amante, la mala de la película, la mujer fatal, una fama que la acompañaría dentro y fuera de la pantalla durante casi toda su carrera profesional debido al carácter indisciplinado de la actriz junto a su largo historial de escándalos y aventuras sentimentales. En esta cinta realiza una interpretación de reparto que la hace destacar por encima de todos los demás actores en cada una de sus intervenciones. 

Soborno, ¿alguien ha visto una mujer más atractiva?

Soborno (The Bribe, 1949), de Robert Z. Leonard, es un filme de cine negro completamente olvidado que fracasó en taquilla en el momento de su estreno. A pesar de pasar con más pena que gloria contiene diversos elementos que lo hacen bastante interesante más allá de un reparto lleno de estrellas: Robert Taylor, Ava Gardner, Charles Laughton, Vincent Price, John Hodiak, Samuel S. Hinds, John Hoyt, Tito Renaldo… El director cuenta con la colaboración no acreditada de Vincente Minnelli. Las malas lenguas aseguran que Minnelli rodó las mejores secuencias de la película. La película está protagonizada Rigby (Robert Taylor), un agente federal que es enviado a Carlotta, en la Isla de Trancos (México), para investigar el posible contrabando ilegal de excedentes de motores de aviones de la Segunda Guerra Mundial. Allí deberá acercarse a diversos personajes que pululan por el lugar y que se convierten en sospechosos de pertenecer a esa organización criminal, entre ellos, Elizabeth Hintten (Ava Gardner), una cantante exuberante que está casada con Tug (John Hodiak), un borracho lleno de secretos que de alguna forma aparece vinculado a otros extraños personajes de la isla como J. J. Bealer (Charles Laughton) o Carwood (Vincent Price). Una trama sucia y amoral típica de la novela negra que tiene la particularidad de estar ambientada en Centroamérica, lo que da lugar a una puesta en escena que combina los habituales claroscuros de este género cinematográfico con el exotismo ambiental mucho más en consonancia con el cine de aventuras al situar la acción en una zona turística con algunas tradiciones festivas propias de la región geográfica dentro del continente americano comprendida entre América del Norte y América del Sur. 

Soborno utiliza las instrumentos usuales del cine negro y comienza con un flashback largo aclaratorio de 53 minutos que les sirve a los espectadores para ponerlos en situación y entender las dudas que tiene el personaje de Rigby respecto a Elizabeth, de la que ya está totalmente enamorado. La voz en off, tan singular en la narrativa de cine negro, es en esta película un diálogo interior del investigador que se hace preguntas a sí mismo y les explica a los espectadores los hechos desde su propio punto de vista. Hay un plano bastante llamativo que detalla ese embelesamiento mental que tiene Rigby cuando en su habitación de hotel mira por la ventana y su reflejo en el cristal se funde con la imagen de Elizabeth. Es una manera evidente, pero segura. Además sirve para representar los pensamientos del agente y proponer un estilo visual atractivo que se irá repitiendo en la película con la aparición de distintos planos y encuadres que utilizan los espejos para ahondar en la reiteración moral que gozan algunos de los personajes.

La posible culpabilidad o inocencia de Elizabeth, el personaje interpretado Ava Gardner, permite indagar en la ambigüedad de una cantante de actitud dulce e ingenua, pero con la belleza peligrosa de una mujer fatal. Los directores deberían haber jugado mucho más con ese aspecto del personaje para asignarle a la historia una mayor dosis de intriga. Sin embargo, en Soborno apuestan más por el romance y el melodrama. La primera aparición que tiene Ava Gardner en esta película (más allá de la imagen fantasiosa en el cristal) es parecida a otras apariciones suyas en películas anteriores. En otro de los planos más destacados del filme, los espectadores ven a una mujer con el rostro en penumbra que se ilumina por completo al encenderse un cigarrillo. Al mismo tiempo se ilumina toda la estancia, un local llamado Pedro’s ñ, donde ella interpreta acompañada de una banda mexicana la canción Situation Wanted, de Nacio Herb Brown y William Katz, volviendo a estar doblada su voz por Eileen Wilson.

Soborno también merece la pena por escuchar a Ava Gardner hablar algunas palabras en español al dirigirse a los residentes autóctonos, en una especie de presagio de su futura María Vargas de La condesa descalza. No es un papel que aportara demasiado en la carrera de la actriz, empañada en esta ocasión por un reparto formado por actores masculinos consolidados como Robert Taylor, Vincent Price y, sobre todo, Charles Laughton, que con su destreza habitual construye el personaje más atrayente que aparece en la película. Soborno está considerado un thriller de cine negro bastante sólido, con momentos de originalidad en su ambientación (el exotismo, la larga secuencia de pesca con final trágico), su puesta en escena e iluminación se nutren del expresionismo habitual que determina al género y cuya secuencia cumbre, dirigida por Vincente Minnelli, ocurre durante una persecución en plenas fiestas del pueblo de Carlotta con un tiroteo artificiero estéticamente arrollador e intimidante.

El gran pecador, debate entre el juego y la pasión

En El gran pecador (The Great Sinner, 1949), de Robert Siodmak, una arrebatadora Ava Gardner comparte pantalla por primera vez con otra de las grandes estrellas del momento: Gregory Peck. Después volverían a hacerlo en Las nieves del kilimanjaro (The Snows of Kilimanjaro, 1952), de Henry King, y La hora final (On the Beach, 1959), de Stanley Kramer, un notable drama postapocalíptico. En Las nieves del Kilimanjaro el personaje de Gardner, Cynthia Greenes, resulta bastante extraño. En uno de los diálogos se presenta como una mujer independiente que dice no pertenecer a ningún hombre. Presume de ello en muchas ocasiones. Pero, tras enamorarse locamente del escritor Harry Street se convierte en una sacrificada ama de casa de personalidad nula que sigue a su pareja a todos lados y toma decisiones radicales para mantener su fracasada relación a salvo pese a ser totalmente infeliz y desgraciada. No resultan creíbles los cambios emocionales que tiene el personaje ni tampoco que años más tarde se aliste en el bando republicano en la guerra civil para justificar un reencuentro dramático en pleno campo de batalla con el escritor.

El gran pecador termina siendo una adaptación demasiado discreta (aunque tiene algunos momentos notables) de una historia de Ladislas Fodor y René Füelöep-Miller que, a su vez, adapta la novela del escritor ruso Fiódor Dostoiesvki, El jugador. El guion corrió a cargo de dos grandes nombres, Ladislas Fodor y Christopher Isherwood. Narra la historia de un joven escritor, Fedya (diminutivo de Fyodor), que de camino en tren hacia París se encuentra con una mujer hermosa, Pauline Ostrovsky (Ava Gardner), que le hace cambiar de idea para bajarse en Wiesbaden donde todos van a jugar al casino. Mientras investiga para escribir sobre el juego y los jugadores, acaba convirtiéndose él mismo en un jugador compulsivo. El gran pecador es un filme extraño que fracasó estrepitosamente en taquilla en el momento de su estreno y que, pese a tener un reparto espectacular por Gregory Peck, Ava Gardner, Melvyn Douglas, Walter Huston, Agnes Moorehead, Ethel Barrymore, Frank Morgan y Ernö Verebes, y una historia de fondo bastante interesante, la trama contiene muchos desórdenes narrativos, algunos de ellos muy importantes. Nunca acaba de unir un discurso del todo razonable y el filme fracasó estrepitosamente en el momento de su estreno. Además, introduce elementos de la propia vida de Fiódor Dostoiesvki y de otra de sus novelas más famosas: Crimen y castigo. Con un material tan interesante en sus manos, las presiones comerciales de Metro-Goldwyn- Mayer y algunos cambios significativos en el montaje acabaron perjudicando el resultado final de la cinta. La primera versión del montaje duraba más de tres horas que se cortaron hasta los 110 minutos finales. Estos cortes se notan principalmente en las transformaciones súbitas que sufren los personajes principales, Fedja (Gregory Peck) y Pauline Ostrovsky (Ava Gardner). El primero es un escritor incrédulo y con cierto aire de superioridad que estudia las reacciones de los jugadores cuando se enfrentan a la ruleta del casino para escribir su nuevo libro. La metamorfosis que le hace convertirse en un jugador compulsivo resulta demasiado apresurada y fortuita para hacerla del todo verosímil, al igual que su posterior aceptación de ser un adicto y la urgente necesidad de redención. También ocurre algo similar con Pauline, una aristócrata rusa que se presenta como una mujer poderosa y de fuertes convicciones, para convertirse en la segunda mitad de la película, sin apenas darnos cuenta, en una persona sin capacidad de decisión propia que vive bajo la voluntad de su padre y del amor tan apasionado que siente por Fedja.

La oscuridad y pesimismo inherentes a la historia no debieron convencer demasiado a los peces gordos de la Metro-Goldwyn-Mayer que consideraron necesario incrementar el peso del romance entre Fedja y Pauline, para lo que se contrató al director Mervyn LeRoy (no acreditado) para suavizar el estilo más tosco de Robert Siodmak, que se negó a hacer esos cambios. La historia de amor dulcifica en exceso una trama que requería de una oscuridad tenebrosa para adentrarse en el infierno de las adicciones y la autodestrucción, solo hace falta contemplar ese final feliz forzado que resta de crudeza el mensaje pesimista que quería dar la película. 

La acción de El gran pecador se sitúa en el año 1860 con la frase pretenciosa de «un gran escritor que apostó su vida y ganó la inmortalidad». En la primera escena vemos a un Gregory Peck moribundo en la cama de una habitación sucia e inmunda, el viento abre una ventana y tira por el suelo unos papeles que recogerá Ava Gardner y se pondrá a leer a modo de flashback. Se trata de una novela autobiográfica donde el hombre encamado ha descrito su descenso a los infiernos del juego. Los espectadores descubrirán que los dos personajes se conocieron durante un trayecto en tren en los que ambos se bajaron a su paso por la población de Wiesbaden. Ella es una misteriosa mujer que juega al solitario con las cartas y él un hombre que queda absolutamente prendado de su belleza y que decide seguirla, aunque su destino era París. Wiesbaden es una ciudad-balneario alemana que fue cuna de la aristocracia europea durante gran parte del siglo XIX. Se aprovechó de la llegada de la gente pudiente para operar negocios que requerían de grandes fortunas como es el Gran Casino que centra la historia. La presencia tras las cámaras de Robert Siodmak dota a la cinta de un estilo cercano al cine negro clásico, tanto por los mecanismos narrativos que utiliza (escenas retrospectivas), la grandilocuencia de las imágenes (la iluminación expresionista para describir los contrastes morales), como por la descripción prototípica de personajes (Pauline como mujer fatal, Armand de Glasse como villano). Eso acaba siendo uno de los aspectos más interesantes de la película, la adaptación maravillosa que se hace de la atmósfera escénica al trayecto vital que sufre el personaje principal, lo se hace evidente en el cambio de habitación en el hotel. Menos conseguido está el debate moral que establece un paralelismo entre tentación y pecado con amor y salvación conectado a un discurso que exalta al cristianismo frente a la posesión demoníaca que encarna el juego del casino. En este aspecto, la mejor secuencia de la cinta es aquella en la que se ve a Fedja acompañando a la estación a Aristide Pitard (Frank Morgan), un hombre arruinado, al borde del suicidio. Le compra un billete para huir de allí. Acto seguido vuelve a encontrarse en el casino jugándose nuevamente lo poco que tiene. Cuando Fedja comienza a ganar bastante dinero apostando a la ruleta deja de lado el amor que siente por Pauline, otros personajes son todavía mucho más rastreros, siendo capaces de apostar a su hija o abuela para seguir jugando. De esta forma, solo los perdedores tienen una posibilidad verdadera de encontrar el amor sincero.

El gran pecador es una película irregular que puede recuperarse como rareza y que tiene su mejor baza en una interpretación intensa de Gregory Peck, mejor cuanto más pasado de revoluciones está, junto a la seductora presencia de una Ava Gardner que aquí está desaprovechada tras una presentación prometedora y que fue escogida para sustituir a Lana Turner que estaba de luna de miel por Europa. El trabajo de Robert Siodmak tras las cámaras destaca en lo formal, pero no encuentra el estilo adecuado que defina su historia, llegando incluso a acercarse a la comedia de situación con la aparición de la abuela Ostrovsky (Ethel Barrymore), cuando el personaje principal se encontraba en plena deriva dramática. 

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