Cultura, Cine y Literatura

Centenario Judy Garland: el juguete roto de Hollywood

El pasado 10 de junio se cumplieron 100 años del nacimiento de la inolvidable Judy Garland, una de las grandes actrices de la historia de Hollywood

La protagonista de El mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), de Victor Fleming, es el ejemplo más claro del concepto de juguete roto en el mundo del cine

En este artículo vas a encontrar multitud de datos sobre su vida personal y sus trabajos cinematográficos más importantes 

El tormento interminable de una niña prodigio 

Aunque Judy Garland apenas tenía 15 años cuando aceptó el personaje de Dorothy Gale en El mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), de Victor Fleming, Metro-Goldwyn-Mayer quería que la joven actriz bajara de peso y la obligaron a hacer una dieta bastante estricta basada en sopa, lechuga, 80 cigarrillos diarios para reprimir su apetito, anfetaminas para trabajar y barbitúricos para dormir. Además le asignaron a una entrenadora personal, que a su vez era su doble en la película, una mujer llamada Barbara Bobbie Koshay. Esa persona también hacía de espía cuando terminaban las agotadoras jornadas de rodaje. MGM era un estudio famoso por contratar a personas para que siguieran a sus principales estrellas, quienes tenían en su contrato una extraña cláusula de comportamiento. A los 14 años un ejecutivo la definió (con ella delante) como «una pequeña cerda con coletas». Mientras estudiaba la manera de pulir su imagen, el presidente del estudio, Louis B. Mayer, la llamó «cariñosamente» «mi pequeña jorobada». Y a los 15 años el productor de La melodía de Broadway (Broadway Melody of 1938, 1938), de Roy Del Ruth, Jack Cummings, le recriminó que parecía un monstruo bailando.

Judy Garland es el ejemplo más claro del concepto de juguete roto en el mundo del cine. Una niña prodigio que sufrió un tormento interminable durante toda su vida por culpa de los grandes estudios (en su caso Metro-Goldwyn-Mayer) que dominaban la industria y controlaban con mano de acero todos los pasos, desde la producción de la película hasta la proyección final. Convertir a un actor o actriz desconocida en una estrella a nivel mundial, querida y respetada por el gran público, requería de una estrategia que implicaba modificar la imagen del actor e incluso condicionar su vida privada. Para construir una estrella y hacerla objeto de culto era fundamental crearle una imagen. Para conseguirlo, los estudios decidían su forma de vestir, su comportamiento ante los medios de comunicación e incluso llegaban a condicionar sus relaciones románticas. Los aspirantes a actores iniciaban su camino al estrellato con un periodo de aprendizaje extenuante donde el star system o sistema de actores comenzaba a moldear su imagen. Su formación incluía clases de dicción y oratoria, interpretación, baile, canto, clases de natación, esgrima, equitación, boxeo o idiomas en el caso de las estrellas provenientes de Europa.

Una vez construido el personaje, los estudios invertían unas grandes sumas de dinero en campañas publicitarias a través de revistas, clubes de fanes… Además, los productores elegían los papeles más adecuados para sus estrellas y prohibían a estas, salvo en contadas ocasiones, la colaboración con otros estudios. Tenían como objetivo principal difundir una imagen idealizada de sus estrellas con el fin de explotar al máximo su imagen y asegurar el éxito de sus películas. La obsesión por las estrellas durante los años 30 dio pie a otro fenómeno: las listas. En muy poco tiempo se pusieron de moda las listas de las estrellas más famosas, las más queridas, las mejor vestidas, las más atractivas o las más deseadas, siempre elegidas por votación popular. 

Pero ¿qué es un niño prodigio? Niño prodigio es el nombre que se da a la persona que a una edad temprana domina uno o más campos, ya sean científicos o artísticos. El mundo del cine está lleno de estos niños que desde muy pequeños son capaces de ponerse en la piel de un personaje y llevar ellos solos el peso de una película. Niños que soportan largas jornadas de rodaje y además conviven con los egos de directores y actores adultos. Algunos de estos niños actores al crecer transfieren esos traumas infantiles a los excesos y terminan por abusar, en la mayoría de los casos, del alcohol y las drogas.

En la actualidad, hay muchos actores a los que también les ha pasado lo mismo que a Judy Garland, sobre todo a los que pertenecen a algún tipo de saga de actores. Sin embargo, antes era más complicado salir de esta situación y la actriz no pudo superar la sombra del papel de Dorothy Gale en El mago de Oz por mucho que lo intentara. El abuso de sustancias se convertiría en un problema con el que lucharía el resto de su vida hasta que muriera de una sobredosis, supuestamente accidental, en 1969 a los 47 años, dejando atrás tres hijos (Liza Minnelli y Lorna y Joey Luft), cinco matrimonios y un legado artístico a menudo eclipsado por las tragedias que sufrió en su corta vida.

Metro-Goldwyn-Mayer, su larga pesadilla

Nacida como Frances Ethel Gumm en Grand Rapids, Minnesota, el 10 de junio de 1922, Judy Garland fue presionada para actuar a una edad temprana por su madre, Marion Milne Ethel, una artista de vodevil frustrada que puso a sus hijas encima de un escenario lo antes posible. A la tierna edad de dos años y medio, Judy estaba en el centro de atención actuando junto a sus hermanas, Mary Jane Gumm y Dorothy Virginia Gumm. Su simpatía y talento convenció a su madre de que ahí había alguien en quién apostar, una oportunidad para sacar a la familia de la pobreza y la precariedad en la que se encontraba. Los padres de Judy Garland, Frank y Ethel Gumm, hacían teatro musical por pequeños pueblos y granjas de Minnesota. Sus tres hijas, por supuesto, eran parte activa de la compañía. Las obligaron a formar un grupo de vodevil llamado Las hermanas Gumm, que más tarde pasaría a llamarse Las hermanas Garland. Incluso llegaron a trabajar, entre 1929 y 1935, en varios cortometrajes. El grupo se disolvió a mediados de los años 30, pero la madre de Garland no iba a darse por vencida tan fácilmente y llevó a la pequeña de sus tres hijas a todos los cástines habidos y por haber. Más adelante, Garland recordaría a su madre como la verdadera Cruel Bruja del Oeste, porque fue la primera en proporcionarle píldoras tanto para proporcionarle energía como para dormir. En ese momento Garland todavía no tenía los 10 años.

«Siempre estaba sola», llegó a decir Judy Garland unos años después en una entrevista. «Únicamente sentía que se me deseaba y quería cuando estaba en el escenario representando. Supongo que las tablas eran mis únicas amigas, el único lugar donde me encontraba a mis anchas, en el que me sentía segura e igual a los demás». Los Gumm habían llegado a Hollywood con una idea clara: que la pequeña Frances se convirtiera en estrella. El caso de Ethel es el de una madre frustrada que busca realizarse a través de su hija. Una persona que conoce la miseria en primera persona y lucha incansablemente para salvar a su familia de ella. Y al final lo acabó logrando.

En 1935, siendo una adolescente ingenua, firmó un férreo contrato con Metro-Goldwyn-Mayer (el director ejecutivo y fundador del estudio, Louis B. Mayer, la contrató sin hacerle siquiera una prueba de cámara) y sometida a la transformación habitual: le daban otro nombre (en este caso Judy Garland), cambiaban su aspecto, le inventaban un pasado y a triunfar. Fue el inicio de una larga pesadilla. Los jefes del estudio del león rugiente eran muy estrictos y la vigilaban constantemente, particularmente en todo lo referente a su peso. La querían insegura, acomplejada y dependiente. La trataban sin ningún tipo de escrúpulos. La frase que selló su destino la pronunció Louis B. Mayer de forma lacónica: «Preparen a esta muchacha y adelgácenla». Judy Garland no cumplía con los cánones de belleza de la época, por lo que le resultaba inevitable compararse con las demás actrices. Llegó a sentir rechazo y asco hacia su propio cuerpo. Aquello no era producto de su imaginación como ella solía pensar en muchas ocasiones. MGM la manejaba de esa manera en todos los papeles que le ofrecía. Solía encarnar el arquetipo de la chica más bien fea, rechazada o ignorada por los protagonistas de los filmes. «Mi vida era una combinación de absoluto caos y absoluta soledad», dijo años después refiriéndose a esta etapa de su vida. 

Judy Garland apareció en su primer largometraje en 1936 a los 14 años, una comedia musical sobre entrenadores de fútbol llamada Desfile de piel de cerdo (Pigskin Parade), de David Butler. Según los informes, el jefe de estudio Louis B. Mayer y los jefes de MGM ya estaban preocupados por cualquier peso adicional sobre la diminuta estrella. Garland apareció en más de dos docenas de películas para el estudio, muchas de ellas con Mickey Rooney como coprotagonista. El estudio había encontrado en muy poco tiempo a su partenaire perfecto. Sus comedias musicales eran simpáticas e iban dirigidas a un público adolescente. 

Los dos se hicieron amigos en esa jaula de oro, de la que muy pocas podían escapar, que era la MGM. Esto suponía un control absoluto de sus vidas: estudiaban en la escuela del estudio junto a otras estrellas juveniles como Deanna Durbin y unos años después Elizabeth Taylor. Comían allí (en el economato tenían la orden directa del jefe de darles de comer solo sopa de pollo) e incluso algunas veces se veían obligados a dormir en el hospital instalado allí mismo. El ritmo de trabajo era extenuante: tres o cuatro películas al año, jornadas de 16 horas de trabajo y ningún control sobre la explotación a la que eran sometidos. Esto incluía lo que se ha convertido en algo inevitable cuando se habla de Judy Garland: las pastillas, las píldoras para dormir, para despertarse y seguir trabajando. Eran vistas como algo normal en los estudios, una manera repugnante de mantener a los actores bajo control y que aguantasen el ritmo inhumano al que estaban sometidos. Les proporcionaban somníferos para que durmiesen dos o cuatro horas entre tomas. Después se les administraban anfetaminas para que pudieran despertarse y ponerse a cantar y bailar. Sus efectos sobre el organismo adolescente de Judy fueron catastróficos: rompieron su equilibrio y la hicieron dependiente de ellas para siempre. A lo largo de su vida, Judy Garland padecería de insomnio crónico y dolores de cabeza frecuentes. Nunca más pudo volver a conciliar el sueño de manera natural y se convertiría en una enferma y adicta.

Los hijos de la farándula, una pareja loca por el vodevil

En la segunda mitad de los años 30 Judy Garland trabajó sin descanso. En el año 1937 comenzó su exitosa colaboración con Mickey Rooney en Thoroughbreds Don’t Cry, de Alfred E. Green, donde interpreta a Cricket West, una muchacha que pretende ser artista. 

El actor neoyorquino era también un adolescente en ese momento. Al año siguiente ganó el Premio Juvenil de la Academia, también conocido como el Óscar Juvenil, por Andy Hardy. Andy Hardy es un personaje creado por la escritora Jean Rouverol,  interpretado por el actor Mickey Rooney, al que dio vida en dieciséis películas producidas por Metro-Goldwyn-Mayer entre 1937 y 1946. En total, Judy Garland y Rooney trabajaron en nueve películas juntos, siendo Los hijos de la farándula (Babes in Arms, 1939), de Busby Berkeley, la comedia musical más exitosa de todas las que estrenaron. Rooney consiguió una sorprendente nominación al Premio Óscar al mejor actor, dejando fuera de la lucha por conseguir la ansiada estatuilla dorada a nombres tan importantes como John Wayne (La diligencia) y Henry Fonda (El joven Lincoln). la película tuvo otra nominación más La 12.ª edición de los Premios Óscar: mejor orquestación (Roger Edens y Georgie Stoll).

Los hijos de la farándula trata sobre dos jóvenes se proponen triunfar en el mundo del espectáculo: son Mickey Moran (Mickey Rooney), talentoso músico y cantante, hijo de un artista veterano, y Patsi Barton (Judy Garland), una joven cantante. Todas los filmes que rodaron tienen en común el entusiasmo desbordado de Mickey Rooney y la química con su compañera Judy Garland, para llevar a cabo una serie de planes que tienen como objetivo principal crear empresas en el mundo del espectáculo. Esta es, sin duda alguna, la mejor de todas las películas en las que participan debido a la gran calidad de los números musicales que interpretan desde el principio hasta el apoteósico final. Rooney ya venía desde hacía tiempo pisando fuerte y Judy estaba a punto de convertirse en estrella ese mismo año con El mago de Oz. Mientras tanto, el increíble y desaforado director y coreógrafo Busby Bekerley deja atrás sus éxitos con Warner Bros y se pasa a MGM iniciando unas comedias musicales juveniles con esta pareja que tuvieron gran aceptación e iniciaron una serie de secuelas y colaboraciones entre los dos actores hasta que por desavenencias con Judy terminó el asunto.

El año más importante de su carrera cinematográfica 

1939 fue el año más importante de su carrera cinematográfica. Judy Garland rodó una de sus películas más conocidas y por la que sería recordada para siempre, El mago de Oz, de la que hablaré con más profundidad en otro artículo que estoy preparando. El Mago de Oz es uno de los clásicos cinematográficos más queridos de la historia del cine donde Garland cantaba magistralmente la conocida canción Over the Raimbow (Sobre el arcoiris). El autor de la música fue Harold Arlen y el de la letra Yip Harburg. Su actuación de la huérfana Dorothy Gale le reportó su único premio de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, el llamado Premio Juvenil de la Academia. En la 12.ª edición de los Premios Óscar El mago de Oz ganó dos galardones: mejor banda sonora original (Herbert Stothart) y mejor canción original, y estuvo nominada a mejor película, mejor dirección de arte (Cedric Gibbons y William A. Horning), fotografía en color (Hal Rosson) y mejores efectos especiales (A. Arnold Gillespie y Douglas Shearer).

En El mago de Oz Dorothy, que sueña con viajar «más allá del arco iris», ve su deseo hecho realidad cuando un tornado se la lleva con su perrito Toto (interpretado por una perra cairn terrier llamada Terry) al mundo de Oz. Pero la aventura sólo acaba de comenzar: tras ofender a la Cruel Bruja del Oeste (Margaret Hamilton), aconsejada por la Bruja Buena del Norte (Billie Burke), la niña se dirige por el Camino Amarillo hacia la Ciudad Esmeralda, donde vive el todopoderoso mago de Oz, que puede ayudarla a regresar a Kansas. Durante el viaje, se hace amiga del Espantapájaros (Ray Bolger), el Hombre de Hojalata (Jack Haley) y el León Cobarde (Bert Lahr). El Espantapájaros desea un cerebro, el Hombre de Hojalata quiere un corazón, y el León, el coraje que le falta; convencidos de que el Mago también les puede ayudar a ellos, deciden unirse a Dorothy en su odisea hasta la Ciudad Esmeralda.

El mago de Oz está dirigida por Victor Fleming (1883-1949) con la ayuda de materiales rodados por King Vidor, Richard Thorpe y George Cukor (no acreditados). Algunos expertos consideran que el filme es obra del productor, Mervyn LeRoy. El guion, de Noel Langley, Florence Ryerson y Edgar Alan Wolfe, adapta la novela The Wonderful Wizard of Oz (1900), de Lyman Frank Baum.

Una película mágica repleta de imaginación, fantasía y colorido, con personajes carismáticos e inolvidables envueltos en una historia trepidante a ritmo de caballeresca road movie. Con todos estos ingredientes la odisea de Dorothy y sus amigos en el mundo de Oz entretiene y conmueve a partes iguales y consigue emocionarnos y hacernos soñar.

El mago de Oz no fue un fracaso como se ha dicho. Metro-Goldwyn-Mayer no perdió dinero, pero tampoco lo ganó. Un mal negocio para una de las películas más caras (en su momento) de la historia. La MGM asignó a la película un presupuesto de 2,6 millones de dólares y en taquilla superó por muy poco esa cifra. El público de la época prefirió ver Lo que el viento se llevó antes que esta fantasía musical. Las grandes ganancias y la fama mundial de la película llegaron muchos años después gracias a sus repetidas emisiones en televisión.

Por aquella época ya había empezado a ser víctima de acoso sexual por parte de Louis B. Mayer y otros altos ejecutivos de la MGM. No se cansaban de maltratarla y le pusieron un corsé que aplastaba su pecho para hacerla parecer una niña de 12 años y no la chica de 16 que era en realidad. Lógicamente, el suyo no era el único ejemplo de las crueldades a las que muchos estudios sometían a sus estrellas. Debbie Reynolds contaba cómo durante el rodaje de Cantando bajo la lluvia Arthur Freed la llevó a un médico que le recetó unas «vitaminas», posiblemente las mismas que le arruinaron la vida a Judy Garland. Desconfiando de la efectividad de estas «vitaminas», la actriz recurrió a su médico habitual, de confianza, que insistió en que permaneciera en cama. Esa decisión le salvó de una vida dependiente de los estimulantes. Las píldoras no funcionaban solo con los actores; David O. Selznick se volvió adicto a la bencedrina mientras producía Lo que el viento se llevó y Carol Reed decía haber conseguido acabar El tercer hombre gracias a las anfetaminas. Había que tener mucha madurez, suerte o buenos consejeros que cuidasen de uno para sobrevivir a aquella situación tan dramática. Judy, desgraciadamente, no tenía ninguna de las tres cosas. Su madre siempre se ponía de parte de Luis B. Mayer y del estudio. A fin de cuentas, del contrato de Judy dependía la supervivencia de toda la familia. 

A esta presión se sumaba la investigación constante sobre su cuerpo. Como tenía tendencia a engordar, vivía a dieta perpetua y le recetaron pastillas para adelgazar, lo mismo que ocurría con otras actrices como Joanna Moore, esposa de Ryan y madre de Tatum O’Neal. Cosas terribles como las que le decía Louis B. Mayer (se refería a ella como «mi pequeña jorobada») no ayudaban a su autoestima ni trabajar en una industria tan inestable como la del cine. E.Y. Harburg, letrista de El mago de Oz, describió de esta manera el ritmo de trabajo de los grandes estudios: «Una película es una de las cosas más devastadoras que le puedes hacer a tu sistema nervioso. Es traumático, estás a prueba cada minuto, en cada plano. Tienes que levantarte a las cinco de la mañana para que te maquillen y durante todo el día estás sometido a la terrible tensión de saberte tus líneas, hacerlo bien, conseguir la aprobación de la audiencia, siempre sobre tu conciencia ese público enorme que te mira».

Y existían otros peligros igual de perversos planeando a su alrededor. Siempre nos quedará la duda de saber si las intenciones de Louis B. Mayer con respecto a Judy Garland eran solo paternales y desinteresadas o de otra índole. Está demostrado que sentía inclinación hacia las jovencitas. Antes, durante y después de que Judy permaneciera en los estudios, los rumores relacionaban a Mayer con muchas de las artistas femeninas más jóvenes de la época. Más adelante, tales murmuraciones daban a entender que Mayer nunca prometía el estrellato si la joven no aceptaba sus siniestras proposiciones. Sin embargo, amenazaba con destruirla en el caso de que se negara. Los rumores acerca de una relación entre Judy y Mayer empezaron cuando esta todavía no tenía 15 años. Durante toda su vida Judy negó tal idilio. Aunque sí es cierto la influencia que ejerció Mayer sobre la vida de Judy mientras estuvo trabajando para la MGM. Se dice que fue mucho más poderosa, casi divina, que la ejercida sobre cualquier otra actriz. Otras fuentes afirman contundentemente que Judy sufrió acoso sexual cuando era una adolescente. Y lo intentaron todo con ella desde los 16 años hasta los 20 años. El mismo Louis B. Mayer le dijo a la joven que era una cantante maravillosa, que cantaba desde el corazón, y entonces le puso la mano en el pecho izquierdo afirmando «aquí es desde dónde cantas», una escena que se recrea en la película Judy. Esto se repetiría durante cuatro años hasta que Judy reunió el valor suficiente para decirle «Señor Mayer, no lo haga otra vez. Si quiere decirme desde dónde canto, simplemente señálelo». La respuesta de Mayer fue echarse a llorar: «¿Cómo puedes decirme esto a mí, que te he tratado como un padre?». 

Según Gerald Clarke, otro alto ejecutivo de la Metro la llevó a su oficina en una ocasión y le ordenó que se acostara con él, como parece ser que había hecho con otras estrellas juveniles. Judy se negó, él la amenazó con despedirla. Dos meses después el despedido fue él, pero no por este incidente, sino porque Mayer estaba convencido de que quería quitarle el trabajo. Shirley Temple contó que cuando tenía 11 años Arthur Freed la llevó a su despacho, le prometió que iba a ser su nueva estrella y se bajó los pantalones ante ella, enseñándole el pene. Como la niña empezó a reírse, la echó de su despacho. Este tipo de incidentes no eran un obstáculo en la carrera de nadie. De hecho el brillante este cazatalentos y coautor de las canciones de Cantando bajo la lluvia, entre otras, ganaría dos Premios Óscar como productor por Un americano en París y Gigi, ambas dirigidas por Vincente Minnelli, futuro esposo de Judy.

Una vida personal desastrosa 

Teniendo en cuenta el desafortunado modelo de pareja que formaban sus padres y la presión que sufrió desde niña para convertirse en una estrella no es de extrañar que la vida personal de Judy Garland fuera un auténtico desastre. Desesperada por ser amada se casó cinco veces. Antes de dar su primer «sí, quiero» llevaba muchos años luchando con atrevimiento y determinación por dejar de ser la niña inocente que al estudio tanto le convenía. Durante la fiesta de los Premios Óscar de 1940, en la que ganó el Óscar  juvenil por su actuación en El mago de Oz, conoció a Tyrone Power, su primer amor y el galán por excelencia de 20th Century Fox, gracias a su aspecto entre risueño y simpático. A Louis B. Mayer no le hizo ninguna gracia ese amago de pareja de su prometedora estrella con el atractivo y experimentado actor de 20th Century Fox, y les prohibió verse. Pero era la primera vez en su vida que Judy se creyó bella y querida. Un episodio oscuro, con una amenaza de secuestro incluida, hizo que Power se la llevase a Tijuana, para alejarla de ese peligro. A las pocas horas el estudio los hizo volver. Tras las reprimendas oportunas y las amenazas de escándalo (por haber infringido la ley al cruzar la frontera con una menor) tuvieron que separarse durante un tiempo. Dos años después se convirtieron en amantes. Power y Judy estaban enamorados, pero ambas estrellas estaban casadas con otras personas en ese momento, Ty con la actriz Suzanne Georgette Charpentier, más conocida como Annabella, y Judy con David Rose. Continuaron siendo amantes hasta que Judy conoció a Vincente Minnelli. Power se divorció de Annabella en 1948 teniendo como amante a Lana Turner, otra de las mujeres más amó durante su vida.

En 1941, a la edad de 19 años, se unió en matrimonio con el compositor David Rose. Su madre y la Metro-Goldwyn-Mayer, bastante preocupados, trataron de impedirlo, porque el enlace podría afectar negativamente a su imagen. Aunque se quedó embarazada poco después de casarse, la obligaron a abortar. Judy y Rose se fugaron a Las Vegas, pero su matrimonio fue de corta duración. Se divorciaron en 1944. Al año siguiente, Judy se casó con su segundo marido, el director Vincente Minnelli. Tuvieron una hija juntos, la famosa actriz y cantante Liza Minnelli. Este enlace también fracasó y se divorciaron en 1951. Los conflictos personales de Judy terminaron por arruinar una relación que parecía idílica.

Solo un año después, Judy se casó con el empresario Sid Luft, con quien tuvo dos hijos, Joey y Lorna. Durante este matrimonio la carrera de Judy fue dirigida por su marido haciéndole regresar con fuerza a los escenarios teatrales, donde consiguió triunfar de nuevo. Luft fue quien produjo la película Ha nacido una estrella (A Star Is Born, 1954), de George Cukor, su regreso cinematográfico tras cuatro años de ausencia en la gran pantalla. Esta película le proporcionó su primera nominación al Premio Óscar. En 1962 volvió a ser nominada a este galardón por ¿Vencedores o vencidos? (Judgment at Nuremberg, 1961), de Stanley Kramer. Se divorció de Luft en 1965. Garland afirmó que durante este matrimonio sufrió malos tratos habituales, aunque Luft siempre lo negó. La lucha por la custodia de sus hijos se convirtió en una batalla campal y en una de las «condenas» más difíciles de afrontar por la actriz y cantante.

Desde mediados hasta finales de los años 60, Judy Garland se concentró en su faceta más musical actuando en muchos conciertos e hizo varias apariciones memorables en televisión, donde hasta llegó a tener su propio programa, The Judy Garland Show. Judy nunca supo gestionar ni su carrera profesional ni su vida personal lo que le llevó a intentar varios intentos de suicido. Poco después, se casó con el actor Mark Herron del que se separó solo unos meses después. Al igual que Vincente Minnelli, Herron también se sentía atraído por los hombres y más tarde comenzaría una relación a largo plazo con otro actor, Peter Allen, el novio y posterior marido de su hija Liza. Se divorció en 1968 y a principios de 1969 Judy contrajo matrimonio con el empresario Mickey Deans con el que apenas estuvo casada unos pocos meses debido a su fallecimiento en el verano de 1969. Garland fue encontrada muerta en el baño de su casa de Londres debido a una sobredosis de barbitúricos ingeridos durante un largo período de tiempo. Muchas fuentes afirman que no había ninguna sugerencia o evidencia de suicidio. Unos pocos años antes, en 1964, su hermana Suzanne, que había sucumbido también al alcoholismo, se suicidaría a la edad de 48 años.

El padre de Judy Garland también era homosexual y se rumorea que tuvieron que huir de Minnesota porque le pillaron manteniendo relaciones con chicos jóvenes. Judy no era capaz de distinguir entre la amistad y las relaciones románticas con sus parejas homosexuales. Antes de su muerte la propia Judy confirmó este suceso: «Recuerdo muy claras las acusaciones a gritos que llenaban nuestra casa en medio de la noche cuando ella se encontraba con alguna de las «indiscreciones” de sus amantes. No escuché por primera vez la palabra “maricón” a los niños en el colegio; se la escuché de mi madre».

Judy Garland y Vincente Minnelli, la pareja ¿perfecta?

Parecía una boda perfecta, hecha en el cielo, propia de un sueño: dos astros de Hollywood se encontraban en el que no podría haber sido un matrimonio más conveniente. Vincente Minnelli y Judy Garland se casaron el 15 de junio de 1945 convertidos en el director y la actriz de la película más exitosa del momento, Cita en San Luis (Meet Me in St. Louis, 1944). Los dos tenían una larga lista de proyectos profesionales y personales por delante. En realidad, lo que se escondía detrás de ese enlace era la mentira, la tragedia y píldoras, muchas píldoras.

Judy Garland y Vincente Minnelli se enamoraron durante el rodaje de una película. Hubiera sido imposible hacerlo en otro escenario diferente, porque el cine era su vida. Cita en San Luis (Meet Me in St. Louis, 1944), el filme que les unió, era una prueba de fuego para ambos, que estuvo a punto de no salir adelante. Vincente Minnelli había dirigido con resultados brillantes Una cabaña en el cielo (Cabin in the Sky, 1943), un musical con actores negros destinado al público afroamericano. Sin embargo, su siguiente proyecto, I Dood It (1943), no había brillado como se esperaba. 

Cita en San Luis sería su tercera película musical y su primer largometraje en color. Además, contaba con un presupuesto elevado para intentar que el proyecto llegara a buen puerto. Vincente Minnelli estaba ante su gran oportunidad para poner en práctica las ideas renovadoras sobre el musical que acabarían dándole un nombre con letras de oro en la historia del cine. La señal de que todavía contaba con la confianza de la Metro Goldwyn Mayer era que iba a estar protagonizada por una de sus mayores estrellas, Judy Garland. Pero ella no quería hacer la película. Lo que deseaba era dar por fin el salto a actriz dramática y adulta como su admirada Katharine Hepburn. No quería interpretar por enésima vez a una adolescente en un musical que le parecía tontorrón e inútil. Además, estaba agotada, física y mentalmente, enferma, su matrimonio había hecho aguas y pesaba solo 42 kilos. Pero cuando Louis B. Mayer, el poderoso magnate de la MGM, la amenazó con sancionarla si no aceptaba el papel y no le quedó más remedio, una vez más, que volver a trabajar. Por absurdo que fuera, después de 12 años trabajando al ritmo extenuante que le imponía el estudio, la joven apenas tenía dinero: su madre Ethel y su marido Bill Gilmore, encargados de sus finanzas, no habían reservado la cantidad suficiente para pagar una serie de impuestos atrasados, habían invertido en negocios que salieron mal y a la joven hasta le habían embargado su casa por no poder pagar la hipoteca. Una vez más, Judy se encontraba en la situación que sería una constante durante toda su vida: agotada por el trabajo y necesitada de descanso, no podía parar porque todos sus esfuerzos no le habían producido seguridad económica ni estabilidad emocional.

Cita en San Luis cuenta la historia del matrimonio Smith, afincado en San Luis, que tiene cuatro hijas preciosas. Una de ellas, Esther (Judy Garland), de 17 años, se enamora de un vecino que acaba de instalarse en la ciudad. Sin embargo; la familia, y especialmente Esther, tienen un enorme disgusto cuando su padre les anuncia que deben trasladarse a vivir a Nueva York por motivos de trabajo.

Al principio del rodaje, Judy Garland se burlaba del guion, de su papel y, sobre todo, del trabajo del director. No le transmitía seguridad ni pensaba que fuera tan buen cineasta como todo el mundo le había dicho. Vincente Minnelli era tan perfeccionista que la obligaba a repetir las tomas hasta 25 veces, lo que no le ayudaba a ganarse su afecto. Pero a medida que iba avanzando el rodaje, comenzó a fijarse en cómo estaba quedando la película, y el resultado era maravilloso. El personaje protagonista tenía entidad propia y Minnelli fue el primer director que la trató como una estrella adulta. Esther Smith, la segunda hija más mayor de una familia de clase media-alta en San Luis, que está enamorada de su vecino John Truett (Tom Drake), pero él no le presta atención. Le encargó su maquillaje a la prestigiosa Dorothy Ponedel, que rediseñó sus cejas y labios haciéndola parecer muy distinta de la niña de las películas de Mickey Rooney o la Dorothy de El mago de Oz. Se dio cuenta de que podía confiar en él, y él se encargó de construirla, de ayudar a moldear su imagen de mujer, eligiendo con ella su vestuario y maquillaje. 

Vincente Minnelli se formó en Broadway como diseñador de vestuario y escenógrafo, hasta que el productor Arthur Freed lo fichó para  Paramount Pictures ofreciéndole trabajar en Hollywood a cambio de 25 000 dólares semanales. Freed estuvo detrás del desembarco en California de futuras estrellas como Gene Kelly, Stanley Donen, June Allison y Kay Thompson. Igualmente se encargó de comprar los derechos de la novela El mago de Oz. Y en su mente tenía muy claro desde el primer momento quién sería la protagonista ideal: Judy Garland. Shirley Temple era la primera opción de Metro-Goldwyn-Mayer para interpretar a Dorothy. No obstante tenía un contrato con 20th Century Fox e intentó conseguir su cesión sin éxito.

Cita en San Luis, la explosión de color 

Cita en San Luis es la tercera película musical dirigida por Vincente Minnelli y la primera que realizó en color. La producción corrió a cargo de Arthur Freed, director de la Unidad Freed de la MGM, encargada de la producción de musicales. El guion de Fred F. Finklenoffe e Irving Brecher se basa en los doce relatos de Sally Benson, referidos a cada uno de los meses del año, en los que evoca los recuerdos de su estancia en San Luis entre 1903 y 1904. Un musical brillante y divertido, principalmente, en su primera hora, con momentos sobresalientes sobre el amor adolescente en los que Judy Garland ejerce con convicción su papel de estrella total, bien arropada por un reparto muy eficaz. De todas formas, el principal artífice de su éxito es Minnelli, quien consiguió liberar al género de su encasillamiento en los teatros. A partir de ahora  los personajes podían cantar y bailar a su antojo en cualquier lugar y acorde con la situación de la trama.

La película obtuvo cuatro nominaciones a los Premios Óscar en su 17.ª edición: mejor guion, mejor orquestación de una película musical (Georgie Stoll), mejor canción, The Trolley Song, de Ralph Blane y Hugh Martin y mejor fotografía en color (George J. Folsey). A Margaret O’Brien se le concedió un Óscar especial a la mejor actriz infantil, gracias a su papel de la tierna y repipi Tootie Smith.

Cita en San Luis tuvo tanto éxito de crítica y público en 1944 (fue la segunda película más taquillera de su año y el musical producido por MGM que más éxito cosechó en los años 40) que a Judy Garlan, en la plenitud de su voz, se le permitió por fin interpretar un papel dramático en su siguiente película, El reloj (The Clock, 1945) que acabó también dirigiendo Vincente Minnelli. Por primera vez, a Judy le gustaba verse en pantalla y se sentía protegida por aquel hombre 20 años mayor. Habían iniciado un romance en el que muchos han querido ver motivos freudianos –la joven había sufrido mucho tras la muerte de su padre–, mezcla de realidad y ficción –sentirse femenina, sexualmente satisfecha, hermosa y amada se trasladaba de la gran pantalla a su vida personal. Judy siempre quiso ser bella. Sé que suena demasiado simple, pero ese fue uno de los motivos por los que se acabaron atrayendo. Si ves Cita en San Luis te darás cuenta de que Judy nunca ha estado más hermosa de lo que Minnelli la hizo parecer y ella era muy sensible con todo lo relacionado con su aspecto físico.

En realidad, director y actriz tenían más en común de lo que parecía a simple vista. Eran dos hijos del espectáculo, lo llevaban en la sangre desde antes de nacer. Sus orígenes eran muy similares a las de tantas estrellas que ayudaron a conformar el Hollywood dorado de la primera mitad del siglo XX. Ambos venían de familias humildes dedicadas al teatro a las que la llegada del cinematógrafo desplazó: el padre de Vincente pasaba los veranos recorriendo el medio oeste con una gran carpa llamada The Minnelli brothers dramatic tent show, en la que representaban obras de Broadway de forma fraudulenta, sin pagar ningún derecho, cambiándoles el título y el nombre de los personajes. 

La relación entre ambos no fue un apaño del estudio, como suele ocurrir en tantas y tantas ocasiones. Sin embargo, cuando se enteraron de esta relación, su entusiasmo fue mayúsculo. Vincente Minnelli era un director  con un futuro muy brillante, además de un hombre maduro y dócil con el estudio que, en su opinión, lograría aplacar los demonios internos de la joven actriz. El 15 de junio de 1945, nada más terminar el rodaje de El reloj, se celebró la boda en la iglesia presbiteriana de Beverly Hills. Ella lucía un vestido gris perla, Louis B. Mayer ejercía de padrino y todos parecían contentos, incluida la madre de la actriz. «Fuimos a Nueva York para la luna de miel y ella arrojó las píldoras al East River diciendo que había acabado con ellas, pero en cuanto volvimos y cualquier cosa pasaba en el estudio, recurría a ellas», llegó a escribir Minnelli en sus memorias. Judy había fantaseado con que su esposo la apoyaría en su deseo de trabajar menos, haciendo quizá una película al año. Pero pronto le quedó claro que él apoyaba todos los planes del estudio sin reservas. Para Minnelli, tener mucho trabajo suponía algo positivo. Su vida en común, según él cuenta en sus memorias, fue «atípicamente dorada, incluso para Hollywood. Judy y yo no caímos en el síndrome de Hollywood donde uno de los miembros de la pareja está en lo alto y el otro se hunde».

El reloj, cuando suenan las campanas del destino 

El reloj narra la historia de una chica (Judy Garland) que conoce a un soldado (Robert Walker) en la Estación de Pennsylvania en Nueva York. El joven tiene un permiso de 48 horas, tiempo suficiente para enamorar a la muchacha y casarse con ella. Este fue el primer papel dramático de Judy, así como su primer papel protagonista en el que no cantaba. Judy estaba cansada de los horarios agotadores de las películas musicales y le perdió a MGM protagonizar un papel dramático. Aunque el estudio dudaba de sus capacidades dramáticas, Arthur Freed se acercó a Judy con el guion de El reloj, después de comprar los derechos de la breve historia inédita de Paula y Paul Gallico.

Fred Zinnemann fue contratado inicialmente para dirigir la película. Después de aproximadamente un mes de rodaje, Judy pidió que lo apartaran del proyecto, ya que había una falta de química más que evidente entre los dos y las primeras escenas que se rodaron fueron decepcionantes. Cuando Arthur Freed le preguntó a Judy quién quería que dirigiera la película, ella le contestó que Vincente Minnelli, quien acababa de dirigirla el año anterior en Cita en San Luis, que había tenido un gran éxito. Además, ella y Minnelli se habían involucrado sentimentalmente durante ese rodaje. La producción de El reloj reavivó su romance y se comprometieron al final del rodaje. Minnelli descartó la mayor parte del metraje rodado por Zinnemann y cambió por completo el filme. Revisó algunas escenas, ajustó el guión e incorporó la ciudad de Nueva York al escenario de la película como tercer personaje. Al igual que en Cita en San Luis, supervisó todo lo relacionado con el vestuario, el maquillaje y la peluquería de Judy.

En la película, el reloj titular se encuentra en el Hotel Astor, Times Square, que una vez estuvo ubicado en 1515 Broadway. Construido en el estilo Beaux Arts en 1904, el Astor fue demolido en 1967 y reemplazado por One Astor Plaza, una estructura de torre de oficinas alta. Cuando Joe y Alice se separan accidentalmente, se encuentran de nuevo en la estación Pennsylvania, cerca del mostrador de información. Allí hay otro reloj colgado, muy parecido al que se exhibe de manera prominente en la Grand Central Station.

Lanzada el 25 de mayo de 1945, El reloj tuvo una recaudación respetable, aunque no tan exitosa como Cita en San Luis, estrenada el año anterior. La película fue bien recibida por los críticos que notaron favorablemente la transformación madura de Judy Garland en una actriz dramática. Le pusieron la etiqueta de drama romántico tierno y refrescantemente, aunque simple. También dijeron que la atmósfera de la gran ciudad rara vez se ha transmitido de manera más realista en la pantalla. Algunos la definieron como la comedia dramática más dulce y tierna jamás producida sobre un soldado y una niña. Judy y Robert Walker están perfectamente elegidos como la joven modesta y el joven tímido. Preciosa historia de amor urbano, estupenda comedia sentimental, que nos enseña que para vivir una bella historia de amor no hacen falta lujos ni engaños ni nada que sobrepase lo natural en el ser humano. Lo único que es darnos, sin condiciones, todo lo llevamos dentro, desde la sinceridad, el respeto, la ternura… Ser generoso en palabras honradas y desinteresadas, en miradas transparentes y en propuestas edificantes. Para vivir una inolvidable historia de amor no tenemos que buscarla. Viene sola y hemos de sentir que estamos dispuestos a darnos por entero cuando sentimos que ante nosotros se cruza esa persona que, por caprichos del destino, notamos enseguida que es la elegida.

Vincente Minnelli se sale del marco colorido, y casi ostentoso, que caracterizó muchas de sus películas (sobre todo los musicales) para adentrarse, con modestia intencionada, en una historia más profunda y significativa que muchas de aquellas, de presupuesto alto y parafernalia compleja, que le financiaba fielmente la MGM. Pasarían dieciséis años antes de que hiciera otra película dramática no musical con ¿Vencedores o vencidos? (1961).

Nace Liza, llega un tesoro 

El momento más importante en la historia de esta pareja se produjo con el nacimiento de su hija, Liza Minnelli, el 12 de marzo de 1946, por cesárea. El embarazo y el parto habían sido dolorosamente traumáticos y tras el nacimiento, Judy sufrió una depresión severa acompañada por el temor a sostener relaciones sexuales que duró bastante tiempo. Todo lo que tenía que ver con las relaciones sexuales de la pareja resultaba bastante complicado. Aunque Vincente Minnelli elude completamente este tema en sus memorias. Minnelli se casaría otras tres veces más y todavía tendría otra hija además de Liza, Christiane Nina.

Liza Minnelli era el ojito derecho de sus padres y vivió de cerca la fama, con sus aplausos y soledades; sus días de gloria y momentos de miseria. Padeció la separación de sus padres siendo todavía una niña. Desde muy joven se planteó la posibilidad de dedicarse al mundo del espectáculo. Quería cantar y convertirse en actriz al igual que su querida y admirada madre. Y lo acabó consiguiendo sin la pesada sombra de la fama de sus padres. «No fue una gran tragedia ser la hija de Judy Garland. Tuve una infancia extraordinariamente interesante excepto por el hecho de que no tuvo nada que ver con ser una niña», dijo Liza en una ocasión. 

Con unos tres años Liza Minnelli aparece del brazo de su madre y Van Johnson en el plano final de la película En aquel viejo verano (In the Good Old Summertime, 1949), de Robert Z. Leonard y Buster Keaton, una adorable historia pletórica de romanticismo y sentimientos, con un puñado de personajes que hacen difícil definir cuál de todos es más encantador. Remake fantástico de la memorable El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940), de Ernst Lubitsch, basada en la obra Illatszertár (Perfumería), de Nikolaus Laszlo, que exalta todo lo bueno de la vida. Después de verla el público siente una gran complacencia al saber que forma parte de una comunidad donde hay seres tan maravillosos.

Verónica Fisher (Judy Garland) y Andrew Delby Larkin (Van Johnson) se conocen a raíz de un accidente que desencadena entre ellos un odio que aumenta cuando obligan a Andrew a contratar a Verónica como vendedora en la tienda de música de Oberkugen. Lo que ambos ignoran es que mientras discuten y pelean constantemente durante el día, mantienen una relación inocente, romántica y completamente anónima durante la noche, a través del correo. El guion de Albert Hackett, Ivan Tors y Frances Goodrich es delicioso. Hacen algunas modificaciones afortunadas respecto al original que dan realce a los toques de comedia y música que conecta con el romance entre la pareja protagonista que, muy entrañablemente, representan Judy y Johnson.

Se siente nostalgia, a la vez que una gran alegría, ver al gran Buster Keaton en un papel de reparto (el de Hickey), pero que resulta inolvidable, sobre todo en la inmortal escena con el Stradivarius; y SZ Sakall, actor traído de Hungría por Michael Curtiz para varias de sus películas (entre ellas Casablanca), tiene aquí el que quizá sea el mejor rol de su carrera cinematográfica, interpretando a Otto Oberkugen, un empresario que aparenta ser rígido, pero cuyo corazón se derrite por sus empleados.

Vincente Minnelli, el señor del tecnicolor 

Vincente Minnelli está considerado de forma casi unánime un gay que vivió gran parte de su vida en el armario. Cumplía todos los clichés del típico homosexual de Hollywood: era amanerado, tenía un sentido de la estética acentuado (decoró el domicilio conyugal con antigüedades y una colección de porcelanas del siglo XVIII) y le importaban mucho las apariencias. Se reinventó a sí mismo en los años 20, convirtiéndose en un esteta, un dandy, un snob. Se modeló a partir de una biografía que leyó del extravagante pintor británico James McNeill Whistler. Además de los tópicos, estaba el hecho de que mantenía relaciones sexuales con otros hombres. Vivía de forma abierta como gay en Nueva York. Cuando llegó a Hollywood llevaba maquillaje porque en Nueva York estaba aceptado. Era un bohemio. Un día encontró una nota del estudio que decía que les molestaba el maquillaje. Así que cambió de inmediato su forma de vida. Tomó la decisión de reprimir esa parte de sí mismo o de ejercer de bisexual.

Este secreto a voces no le había pasado desapercibido a Judy Garland, que recurría a un clásico en la industria del cine: «No lo es en absoluto, es solo su lado artístico, su naturaleza sensible», aunque Judy le había confesado a sus amigos amigos que el sexo con Vincente Minnelli no era tan excitante como el que había tenido con amantes como Orson Welles, Yul Brynner, Frank Sinatra o Joseph L. Manckiewicz. De todos modos, a ella le atraían los hombres mayores, pero no el sexo. También tenía una historia complicada; se acostaba con mujeres de forma ocasional, aunque nunca se consideró a sí misma bisexual. Sabía y comprendía qué era la bisexualidad, sin entender la noción de la homosexualidad. El sexo, para ella, no tenía esas divisiones. Era tan simple como «Tú no me quieres» y por lo tanto perjudicial para ambas partes.

Vincente Minnelli se prodigó en tres géneros cinematográficos: el musical, el melodrama y la comedia elegante y sofisticada. El volumen de su obra está lleno de películas emblemáticas y es conocido como autor de algunos de los musicales estadounidenses más famosos. La principal seña de identidad del célebre cineasta estadounidense, hijo de descendientes italianos, era el colorismo de su puesta en escena. «Cuando la cámara avanza majestuosamente hacia el corazón de una escena o retrocede para mostrar las circunstancias que la rodean, se produce una sensación de armonía y elegancia que hace más densa y compleja la atmósfera del relato. Me lo propuse en mi primera película y he permanecido fiel a los movimientos de cámara durante el resto de mi carrera», declaró en una ocasión.

«Podías decirle 20 cosas a la vez, y Dios sabe que ella ya tenía bastante en lo que pensar, que, cuando llegaba el momento de rodar, lo recordaba todo. Era fantástica», diría Vincente Minellii de Judy Garland, su musa y mujer. 

Muchos críticos hablan de Vincente Minnelli más como un pintor que como un director. El tecnicolor parecía creado para que él le sacara todo su partido. Más de una vez confesó que le hubiera gustado tener talento para los pinceles y que Dalí era uno de sus referentes (de hecho, en sus películas solía incluir piezas oníricas al estilo del pintor español). Por eso no me sorprende que terminara rodando una adaptación poco sensacionalista y visualmente sorprendente de la biografía de Irving Stone sobre el atormentado pintor holandés Vincent Van Gogh: la maravillosa El loco del pelo rojo (Lust for Life, 1956), donde Kirk Douglas realiza su mejor interpretación.

El pirata, de viaje musical al caribe

En una ocasión, Judy Garland volvió de forma inesperada a su casa y descubrió a Vincente Minnelli en la cama con un hombre que trabajaba para ellos. El choque la llevó a intentar suicidarse. Corrió al baño y se cortó las muñecas. Afortunadamente, no de forma muy grave. Más tarde se lo contó a una amiga y esta le respondió: «Debiste haberle cortado a él, no a ti». En aquel momento su problema de los barbitúricos y las anfetaminas mezcladas con alcohol ya era constante. En 1947, durante el rodaje de El pirata (The Pirate, 1948), Judy veía visiones, tenía fuertes depresiones, era incapaz de seguir como una persona normal con su vida cotidiana. Incluso se le olvidaban los diálogos en algunas ocasiones. También estaba celosa de su coprotagonista, Gene Kelly, al que consideraba que Minnelli favorecía por encima de ella. Su marido y el estudio estuvieron de acuerdo en que había que ingresarla durante un tiempo en una clínica para tratar sus preocupantes trastornos mentales. El precio definía a la clase de pacientes que se podían permitir permanecer allí ingresados: 300 dólares al día. Judy, que entonces tenía solo 25 años, contaría después cómo se reunía con el resto de pacientes en el césped del jardín que había en la clínica para hablar: «Hasta donde pude darme cuenta, ninguno de ellos estaba loco en el sentido vulgar de la palabra. Muchos estaban simplemente demasiado tensos y eran demasiado sensibles para vivir la realidad… Me di cuenta de que tenía mucho en común con ellos, en el sentido de que se habían concentrado en sí mismos con demasiada intensidad, lo mismo que me había ocurrido a mí». En una de las visitas Minnelli llevó a Liza a la clínica, y recuerda su madre: «Anduvo tambaleándose por el chalecito hasta echarse en mis brazos. No sabía qué decirle. Aún no había cumplido los dos años. Ambas reímos mientras la mantenía en mis brazos. Al cabo de poco rato se la llevaron. Me eché en la cama y empecé a llorar. Ha habido muchos momentos tristes en mi vida, pero no recuerdo nunca haber experimentado un sentimiento como aquel».

Muchas veces se ruedan auténticas obras maestras que en su día no recibieron el respaldo de la crítica y que fracasaron inexplicablemente en taquilla. Con El pirata pasó algo similar, una exitosa obra de Broadway con canciones de Cole Porter, todo un clásico de la música estadounidense, autor de bellísimas melodías. Pero el público, que siempre es soberano, le dio la espalda. Cuando Hollywood solo quería hacer realidad las fantasías de sus espectadores, el filme fue incomprendido y constituyó un espectacular fracaso comercial. 

El pirata narra la historia de Serafín (Gene Kelly), un cómico ambulante que llega con su compañía a una isla del Caribe y conoce a la bella Manuela (Judy Garland), de la que se queda prendado. Pero Manuela ya está prometida con Pedro Vargas (Walter Slezak), el hombre más rico del lugar. Serafín, que tiene conocimientos de hipnosis, consigue que ella entre en trance y así se entera de que Manuela, en realidad, está enamorada del Pirata Macoco, por su fama de aventurero y hombre intrépido. Serafín decide entonces hacerse pasar por el pirata para enamorarla.

¿Qué ocurrió para que la película fracasara de forma tan estrepitosa? La producción fue una caos absoluto. Hubo problemas, como siempre, con Judy Garland. Debido a su alterado estado nervioso, terminó por tomar pastillas para no dormir, lo que le desequilibró y perjudicó el rodaje. Judy, excelente cantante, brillante actriz, era una persona muy inestable y débil que se vio perjudicada por estos trastornos adversos. Y cuando cayó en los brazos de la morfina su carrera se tambaleó.

Por otra parte, hasta aquella fecha, era conocida por sus papeles de niña y adolescente por lo que el público fue incapaz de aceptarla como actriz adulta. Su trabajo en esta película tiene momentos musicales impresionantes, como Mack the Black que es genial. Bajo hipnosis, su personaje Manuela, hasta entonces una chica tímida y modosa confiesa que está enamorada del pirata Macoco, en realidad un ideal romántico, y canta una canción caliente que deja impresionados y boquiabiertos a todos los presentes. En aquella época no gustó el número por ser considerado excesivamente atrevido. En la actualidad, sorprende la pasión que derrocha Judy en esta mítica secuencia.

Gene Kelly estaba en su mejor momento profesional cuando protagonizó El pirata. Un papel que en su día era completamente diferente a todos los que había interpretado. Solía encarnar a chicos buenos, algo golfos, pero de buen corazón. Kelly y Judy Garland ya habían trabajado antes en Por mi chica y por mí (For Me and My Gal, 1942), de Busby Berkeley. Esta película sobre una pareja de bailarines trata de hacerse un hueco en Broadway poco antes de estallar la Primera Guerra Mundial supuso el debut cinematográfico del enérgico bailarín. Kelly le sacaba diez años a Garland, no demasiados si se compara con Fred Astaire que era mucho más mayor.

Be a Clown es otro número antológico ejecutado por el propio Gene Kelly junto a los Nicholas Brothers, dos bailarines acrobáticos de raza negra muy populares en aquellos tiempos. Se vuelve a repetir en el número final con la pareja protagonista incorporándole un sentido del humor especial. Huyendo del realismo y creando un mundo de fantasía, con ecos reales, lleno de colorido, utilizando decorados espectaculares que simulan ser sitios de ensueño basados en la realidad, El pirata es uno de los mejores musicales de todos los tiempos, aunque algunos críticos lo etiquetan injustamente como un Minnelli menor. Creando secuencias que son puro espectáculo, más cercanos a Broadway que a Hollywood, pero usando el cine para recrearlos de forma espectacular, El pirata es cine musical con tendencias artísticas. Estas se hacen más evidentes en otras películas de su director, especialmente por la fantasía que tiene Judy con Kelly, totalmente fantástica y de una realización y composición de imágenes soberbias.

El colapso ocasionó un retraso de seis meses en el rodaje de El Pirata, algo inconcebible en aquellos tiempos. Judy Garland estaba afianzando su fama de actriz difícil que solo daba problemas y, lo peor de todo, empezaba a causarle grandes pérdidas de dinero al estudio. En aquellos años, para indignación de sus jefes del estudio, Judy, demócrata hasta la médula, habló en contra de la llamada caza de brujas del senador republicano Joseph McCarthy en una carta dedicada a sus seguidores que decía lo siguiente: «Antes de que cada conciencia libre de Estados Unidos sea citada, ¡por favor, hablad! Dad vuestra opinión». Debido a los múltiples problemas que ocasionaba en los rodajes la acabaron reemplazando en tres películas: Ginger Rogers la sustituyó en Vuelve a mí, Betty Hutton en La reina del Oeste y Jane Powell en Bodas reales. Sus períodos de descanso no podían ser lo suficientemente largos, porque siempre se veía obligada a volver al trabajo. En otra ocasión, tras 13 noches de insomnio, se tomó demasiadas pastillas para dormir, en lo que se consideró otro intento de suicidio o sobredosis accidental. Los medios de comunicación ya se hacían eco de estos episodios calificándolos de llamadas de atención un tanto infantiles en una persona adulta, sin ser conscientes del enorme peligro que suponían. Como era de esperar, Judy fue ingresada de nuevo en otro psiquiátrico, de donde salió para rodar la película del Desfile de Pascua (Easter Parade, 1948), de Charles Walters, junto a Fred Astaire. La película iba a ser dirigida por su marido, al que ella veía ya como uno de «ellos». «Ellos» eran sus enemigos del estudio. El psiquiatra de Judy les aconsejó que no trabajaran juntos. Como había engordado por la medicación, le pusieron de nuevo una dieta estricta. «Para entonces ya era simplemente un aro mecánico que otros hacían girar. Deseaba simplemente marcharme a cualquier parte, echarme al suelo y que todo terminara», afirmó Judy más adelante.

Entre depresiones y crisis nerviosas, Judy comenzó a tener un comportamiento que sus compañeros de profesión calificaban de difícil. Llegaba tarde a los rodajes o directamente no aparecía por los platós, discutía con el equipo y pasaba la mayor parte del día narcotizada. Los conflictos personales de la artista terminaron por arruinar su carrera en el cine, y vio como Hollywood le daba la espalda.

Desfile de Pascua, tremenda pareja de baile 

En Desfile de Pascua un bailarín (Fred Astaire) decide sustituir a su habitual pareja profesional por la primera bailarina que encuentre. El azar hace que se cruce en su camino una gran bailarina (Judy Garland) por la que se sentirá inmediatamente atraído. Esta película supone la vuelta al cine de Fred Astaire, tras dos años de inactividad, después de anunciar su retiro con Cielo azul (Blue Skies, 1946), de Stuart Heisler, debido a una fractura de tobillo de Gene Kelly, que iba a ser el protagonista. Cyd Charisse estaba preparada para meterse en la piel de Nadine, pero una lesión en un ligamento de ambas rodillas la obligó a abandonar el proyecto. Fue reemplazada por Ann Miller. También se rumoreó con la participación de Frank Sinatra en este filme. Por lo visto la Voz iba a interpretar a Jonathan Harrow III. Al final, Peter Lawford se llevó el gato al agua y dio vida a este personaje.

Sencillez y eficacia, naturalidad y sofisticación, imaginación, credibilidad y fantasía componen la combinación formal y conceptual que definen los perfiles de esta película. Lo mejor, como es habitual, es Fred Astaire, que cerca de los cincuenta años demuestra estar en forma y bailando como los mismísimos ángeles (su primera escena de baile para conseguir el conejo del niño es genial) y una actriz de reparto como Anne Miller, mucho mejor bailarina que Judy Garland. Simplemente le roba todos los planos en los que aparecen juntas.

Destacar la cámara lenta que graba a Fred Astaire bailando, algo insólito a finales de los 40, algunos encuadres preciosos, como las modelos detrás de los cristales, los lujosos vestuarios y decorados, auténticamente fastuosos, una apreciable fotografía en color que resalta la viveza de los trajes y la preocupación por la realidad, algo a lo que no estaba acostumbrado el público en este tipo de películas: los gastos diarios en taxis, restaurantes, propinas… El guion es bastante ligero y resulta un poco cursi y pedante, sobre todo en algunas de las escenas que protagoniza Judy. 

La película tuvo bastante éxito y recaudó 6 800 000 millones de dólares solamente en Estados Unidos. John Green y Roger Edens ganaron un Óscar a la mejor orquestación de una película musical (derrotaron a Lennie Hayton por El pirata), aunque la música no está a la altura de otras de sus películas. Sidney Sheldon, Frances Goodrich y Albert Hackett consiguieron el Premio WGA al mejor guion escrito para un musical que concede el Gremio de Escritores de América, EE. UU. (Writers Guild of America, USA). 

Cuando el sueño se convierte en pesadilla 

El matrimonio de Judy Garland con Vincente Minnelli estaba roto, completamente destrozado. Ni Liza, la hija que tenían en común, pudo repararlo. Él se encontraba centrado en su trabajo. Tras el fracaso de crítica y público de El pirata sentía que debía esforzarse al máximo en su siguiente proyecto, Madame Bovary, al que seguiría uno de sus mayores éxitos comerciales, El padre de la novia, con Spencer Tracy y Elizabeth Taylor. El 31 de marzo de 1949 la pareja dio un comunicado a la prensa anunciando su separación, aunque siguieron manteniendo su  relación personal y profesional hasta que se divorciaron en 1951. Después de tantos ingresos, retrasos y problemas, en junio de 1950 la Metro-Goldwyn-Mayer le rescindió su contrato. Un abogado del estudio declaró: «La imposibilidad de Miss Garland para llegar a maquillaje y vestuario a su hora ha añadido al menos un 20 % de coste a sus películas». Para Judy la industria de la farándula era lo único que conocía desde que tenía dos años de edad. Su amor por la interpretación, la música y el público era genuino, pese a que ese tipo de vida la estaba matando. Diez días después del despido, se encerró en el baño de su casa y empezó a gritar «¡Déjame sola! ¡Quiero morir!». Se cortó la garganta con un vaso roto y se precipitó en los brazos de Vincente Minnelli. Nuevos ingresos en psiquiátricos, nueva tanda de psiquiatras y más tratamientos. 

Para Vincente Minnelli el divorcio vino acompañado de su etapa más espectacular en Hollywood, dirigiendo obras maestras como Un americano en París o Cautivos del mal. En 1958 dirigió Gigi, un musical precioso y divertido, lleno de energía, que ganó nueve Premios Óscar, entre ellos el de mejor director. Para ella supuso el fin de su carrera como actriz durante varios años, hasta que reapareció de manera fulgurante con una historia que más o menos hablaba de sí misma, Ha nacido una estrella, (A Star Is Born, 1954), de George Cukor. Sin embargo, durante aquel parón cinematográfico no se había quedado sentada de brazos cruzados: su relación con Sidney Luft la convirtió en una diva sobre los escenarios, demostrando que el público la perdonaba y sabía comprender, y empatizar, con el calvario que había pasado. Con Luft tuvo a sus dos siguientes hijos, Lorna y Joseph Luft. Aquel matrimonio tampoco fue el definitivo y se casaría dos veces más (Mark Herron y Mickey Deans) antes de fallecer en Londres por una sobredosis el 22 de junio de 1969 a los 47 años de edad. 

Fue Liza la que llamó a su padre para decirle que Judy Garland había muerto. Vincente Minnelli lloró con amargura por la pérdida de su primera esposa. Aunque siempre había sabido que Judy terminaría así, no esperaba que fuera tan rápido. En su mayor parte, durante sus matrimonios, Minnelli reprimió su homosexualidad, y después de Judy sus relaciones con las mujeres fueron más sociales que eróticas. Esto no le impidió casarse de nuevo tres veces más, primero con Georgette Magnani en 1954, madre de su hija Christiana Nina (Judy acudió a visitar a la niña cargada de regalos; la pequeña Liza nunca simpatizó con su hermana ni con la nueva mujer de su padre), de la que se divorció en 1958. Denise Gigante fue su tercera esposa. Estuvieron casados entre 1960 y 1971. Lee Anderson fue su última esposa desde 1980 hasta su muerte, ocurrida el 25 de julio de 1986. Minnelli disfrutaba de la compañía femenina y le gustaba estar casado, aunque ninguno de sus matrimonios le pudo, obviamente, satisfacer de forma plena, nunca pudo vivir su vida del todo libre. En la actualidad, sigue siendo uno de los directores más admirados de la historia del cine. Las películas del renovador del musical también pueden leerse por su política sexual. Minnelli canalizó su homosexualidad o sus fobias, tensiones y ansiedades sexuales directamente a su trabajo. Y el resultado fue tan brillante y aplaudido como el que llevó a cabo con Judy Garland en Cita en San Luis, antes de que pasase a ser un símbolo de la bonanza de una industria que estaba prácticamente destruida, consumida y devorada por culpa de su ambición desmedida. 

Ha nacido una estrella, la lucha vigorosa por salvar a quien más se ama 

Cuando Judy Garland interpretó a Esther Maine, la protagonista femenina de Ha nacido una estrella, estaba considerada un juguete roto, una actriz acabada. La carrera comercial del filme pareció confirmar estas opiniones. Sin embargo, la crítica desde el primer momento no solo reconoció la calidad de la película sino también el maravilloso trabajo de Judy que, sin embargo, vio como el Premio Óscar fue a parar, sorprendentemente, a manos de Grace Kelly por La angustia de vivir (The Country Girl, 1954), de George Seaton. Aunque ganó el Premio Globo de Oro a la mejor actriz de comedia o musical, el Laurel de Oro a la mejor interpretación femenina en un musical y una nominación al BAFTA como mejor actriz. Este premio sorprendió a los medios de comunicación, ya que la mayoría de ellos pensaban que lo iba a ganar Judy. Incluso la NBC envió un equipo de televisión a la habitación del hospital donde se recuperaba del nacimiento de su tercer y único hijo varón, Joseph Luft, con la intención de realizarle una entrevista en directo cuando le diesen la noticia de que había ganado el Óscar. Aunque no ganó el Premio de la Academia, siempre afirmó que Joey fue el mejor Premio de la Academia que recibió esa noche. Todo el mundo estaba convencido de que Judy ganaría el Óscar por esta actuación. La habitación del hospital en la que estaba la noche de la ceremonia tras haber dado a luz se llenó de fotógrafos y periodistas que querían inmortalizar una victoria que al final no se produjo. Su derrota ante Grace Kelly está considerada una de las mayores injusticias de la historia de estos premios. Y eso que la futura princesa consorte de Mónaco está sensacional en el papel de Georgie, la sufrida y abatida mujer de un actor alcohólico (Bing Crosby) al que cuida con devoción. Hubo solo seis votos de diferencia entre las dos actrices. Groucho Marx le envió a Garland un telegrama que decía que era «el mayor robo desde el edificio Brinks», un atraco a un famoso banco ocurrido en 1950, que tardó en resolverse y tuvo mucha repercusión popular. Todo Hollywood y el público en general se volcó con la estrella pero el éxito fue flor de un día. Después Judy solo rodaría tres películas más. Solo por una de ellas, ¿Vencedores o vencidos?, volvería a conseguir una nueva nominación al Óscar.

A principios de los años 50, su entonces marido, Sid Luft, se convirtió en su representante e intentó relanzar su carrera haciéndola volver a los escenarios teatrales. Luft fue el productor de Ha nacido una estrella, con la que regresó por la puerta grande al cine. Había tardado cuatro años en volver a la gran pantalla e iban a pasar seis años más antes de que lo intentara de nuevo. En 1963, con Ángeles sin paraíso (A Child Waiting), de John Cassavetes, brilló de nuevo en este drama descarnado, con un papel a la altura de sus extraordinarias posibilidades dramáticas. Jean Hansen es una profesora de música en un colegio infantil para deficientes mentales. Allí conoce a Reuben, un niño con problemas al que sus padres no visitan desde hace años. Jean lo colmará de atenciones y mimos a pesar de que el director del centro (Burt Lancaster) considera que su actitud es contraproducente.

Ha nacido una estrella, uno de los títulos míticos del musical, cuenta la historia de un actor, Norman Maine (James Mason), que en la cúspide de su carrera profesional descubre a una cantante, Vicky Lester, (Judy Garland). Se casan y sus carreras van a seguir trayectorias divergentes: mientras él es vencido por el alcoholismo y olvidado por todos, ella triunfa hasta el punto de conseguir un Óscar. En el aspecto musical el film cuenta con un puñado de canciones compuestas por Harold Arlen (autor de Over the rainbow) e Ira Gershwin que Judy Garland canta con gran emotividad. Lo importante en estos números musicales es que no son banales al relato, ayudan a avanzar en la historia y están perfectamente ensamblados. La película, desgraciadamente, fue masacrada por los productores, cortándole unos 30 minutos. Sin embargo, lo importante de una obra maestra, aunque sea incompleta, es que si tiene la fuerza y valores internos suficientes, sobrevivirá a las manipulaciones más crueles. Jack Warner, a pesar de los ruegos del director, parte del equipo y del productor Sidney Luft (marido de Garland), cortó media hora porque le dio la gana, repercutiendo negativamente en su resultado final.

La elección de Judy Garland fue inmediata, era un vehículo de lucimiento total para la estrella, tanto musical como dramático. Pero encontrar a un actor que quisiera interpretar a Norman Maine fue bastante difícil. George Cukor tenía fama de gran director de actrices y muchos actores no querían trabajar con él por ese motivo. La lista de actores propuestos que no pudieron hacerlo, bien por coincidir con otros compromisos o porque lo rechazaron fue extensa: Desde Cary Grant a Laurence Olivier, pasando por Humphrey Bogart, Henry Fonda, Frank Sinatra, Ray Milland, Errol Flynn o Marlon Brando. Durante el rodaje de Julio César, fue el propio Brando el que le sugirió a Cukor, de manera algo chulesca, que seleccionara a Mason si buscaba a alguien para hacer de borracho.

La frescura, ternura y amargura de Ha nacido una estrella no serían posibles sin la soberbia interpretación de Judy Garland, que aquí alcanza uno de los puntos más altos de su carrera profesional. Aunque su personaje puso a prueba sus capacidades histriónicas, Garland salió airosa, salvo atisbos muy leves de sobreactuación en los momentos más dramáticos. En el apartado musical demostró su madurez vocal e interpretativa. La inmensa Judy Garland podía con todo, era la única actriz del cine clásico de Hollywood capaz de aunar drama y comedia, de hacer el payaso, de dar el toque romántico y de cantar y bailar como la mejor, jugar la baza tan complicada de expresar con el cuerpo, desde la mirada, las manos nerviosas, los abrazos, los silencios… muchas veces evitando las palabras. Judy interpreta con el alma este papel, pues la historia le toca hasta lo más profundo. Y lo que Vicki hace frente a la crisis de su querido esposo, es seguramente lo que Judy esperó ante su propia decadencia personal. Jack Warner, su productor, pretendía hacer un éxito de taquilla sin confiar plenamente ni en el equipo ni en la película en sí. El presupuesto se fue disparando, los días de rodaje se iban alargando, los problemas relacionados con las depresiones y adicciones de Judy se multiplicaron. Pasó de ser un rodaje tranquilo y sin apenas problemas a complicarse lentamente y alargarse durante muchos meses.

James Mason también está sensacional en un rol lleno de melancolía y autodestrucción, que se gana la comprensión de los espectadores, a pesar de sus excesos y la decadencia que exhibe progresivamente al comprobar que ha llegado al ocaso de su carrera cinematográfica. Norman es un actor alcohólico, inestable y que aparece con frecuencia en la prensa rosa por sus habituales escándalos. Sin él saberlo, la oportunidad que le brinda a Esther (Vicki Lester como nombre artístico impuesto por los productores, ya que su nombre real es poco atractivo para una estrella que está a punto de nacer) es la última acción de utilidad que hará por el arte y la industria cinematográfica. Su decadencia a nivel popular y artístico representa lo opuesto a la fama que va adquiriendo Esther/Vicki, algo que acaba dejándole en un segundo plano. Esta ansiedad por sentirse desplazado y vivir como un marido florero supone el principio de su fin.

Uno de los momentos culminantes del filme es cuando Norman Maine, borracho, sube también al escenario, pega sin querer a su oscarizada esposa y saluda a un público cruel que no desea verle en aquel estado. La consecuencia del escándalo es el internamiento de Maine en un centro de desintoxicación para alcohólicos y su suicidio, en una secuencia de gran dramatismo en la que se sumerge en el mar. Sin embargo, el espectáculo debe continuar y Vicky Lester, que había anunciado su retirada, canta de nuevo ante el público después de corregir al presentador y saludar diciendo: «Hola a todo el mundo. Soy la señora de Norman Maine», reivindicación póstuma del marido al que Hollywood quiere olvidar.

Ha nacido una estrella es la mejor de las cuatro versiones que existen sobre esta historia tan emblemática sobre las tristezas y miserias que esconde la meca del cine. Además, es uno de los pocos remakes cinematográficos que han logrado superar al original. Y eso que la película de William A. Wellman de 1937 es genial. La película saca a la luz muchas de las debilidades que se ocultan tras el esplendor de la meca del cine. Ni los actores y actrices están exentos de los caprichos de la fama ni la mayoría de los productores nadan en la abundancia ni siempre se hacen las cosas con empeño ni la felicidad está presente en todos los rincones de nuestros ídolos de la gran pantalla. Abundan los casos de alcoholismo, las aspirantes a actrices capaces de hacer cualquier cosa con tal de triunfar, los profesionales mediocres, la envidia, el egoísmo, la vanidad, el divismo, el egocentrismo, los enormes problemas económicos que tienen los grandes y pequeños estudios… Explica y desarrolla de modo directo y sincero las dimensiones psicológicas del amor de una pareja y el alcance y las consecuencias del dolor, las renuncias y desesperación que impone la mayoría de las veces este sentimiento. Y lo hace con una elegancia y sutileza admirables, alejando la historia de sentimentalismos fáciles, evitando cualquier tipo de concesión a la cursilería y mediocridad, huyendo de exageraciones innecesarias, contemplando los hechos desde un punto de vista situado en todo momento a una distancia prudencial de los acontecimientos, ya sean buenos o malos. Todas las circunstancias fluyen con contención de acuerdo con las pautas de un realismo que aúna veracidad y sensibilidad. Una interesante visión crítica del complejo mundo de Hollywood.

¿Vencedores o vencidos?, cuando la conciencia es el peor de los delitos 

Al finalizar la II Guerra Mundial, entre 1945 y 1949, a instancias de las naciones aliadas vencedoras, se celebraron los históricos juicios de Nuremberg. El proceso que concentró la mayor atención de la opinión pública fue el que sentó en el banquillo a los principales dirigentes nazis, acusados de crímenes contra la humanidad, genocidio y crímenes de guerra. Además, se juzgó a empresarios, médicos, funcionarios, y también a algunos jueces que al amparo de las leyes nazis condenaron a muerte, esterilizaron y enviaron a campos de concentración a un gran número de personas. ¿Vencedores o vencidos? recrea el juicio de cuatro de aquellos jueces, y aborda con un rigor inusual el problema de la juridicidad de las leyes injustas y la responsabilidad que cabe atribuir a los jueces que las aplicaron. Tal es la calidad del guion de Abby Mann (premiado con un merecido Premio Óscar), que la película no solo constituye una ocasión para reflexionar sobre estas cuestiones, sino que tiene interés en examinar los diferentes puntos de vista y argumentos que en ella se desarrollan.

Judy Garland interpreta a la apocada Irene Hofmann Wallner a la que el fiscal convence para dar cuenta del caso Feldenstein, en el que Feldenstein, un judío, fue condenado a muerte porque, según algunos testigos, mantuvo relaciones íntimas con esta mujer cuando ello estaba legalmente prohibido por las leyes de Nuremberg. El judío que tenía relaciones con una chica de raza aria era acusado de corrupción de la raza. Hoffman y su marido (Howard Caine) tienen tantas reticencias, ya que está mal visto que unos alemanes hablen mal de otros alemanes, aunque ellos hayan cometido las atrocidades más terribles que cualquier ser humano se pueda imaginar. Hoffman les cuenta tal y como fue el caso, diciendo que Feldesltein, un judio, el cual le doblaba la edad, fue muy bueno con ella y la ayudó mucho a pesar de lo que se decía. El fiscal de esa parodia de juicio era un ser corrupto como Emil Hann y el juez era Ernst Janning, que todavía mantenía un cierto respeto jurídico, por lo que había una cierta esperanza para no hubiera condena, algo que desgraciadamente no se produjo. La defensa intenta poner en evidencia a Hoffman, dando a entender que tenía relaciones con el hombre judio, poniéndola cada vez más nerviosa. Es entonces cuando Janning corta a su propio defensor, preguntándole si es necesario volver a recrear lo que fue una pantomima de juicio. Janning declarara en la siguiente sesión, algo que le desaconseja Rolfe, pero el acusado no puede aguantar más y declara que es necesario que el mundo sepa lo que se produjo en esos años aciagos.

Además de las esterilizaciones masivas y del caso Feldenstein, el Fiscal presenta cargos contra los acusados por ordenar el arresto y el envío a campos de concentración (como acredita documentalmente) de cientos de personas acusadas de deslealtad o resistencia, aplicando un decreto firmado por Hitler. Como testigo personal de las atrocidades cometidas en dichos campos, el fiscal pide que se le tome juramento para testimoniar lo que halló el ejército norteamericano al liberar algunos campos de concentración, al tiempo que ilustra su declaración con la proyección de una película con imágenes dantescas de aquellos campos.

Los representantes de Judy Garland, Freddie Fields y David Begelman, se enteraron de la existencia de este proyecto a través de una de sus clientas, Marlene Dietrich. Cuando le comentaron a Stanley Kramer la posibilidad de que Judy interpretara a Irene Hofmann Wallner, este se interesó bastante, pero no se comprometió a nada porque quería que Julie Harris para el papel. Por lo que Fields y Begelman continuaron con los planes que tenían para la cantante y actriz: una extensa gira de conciertos. Como todos los implicados en el negocio, Kramer era consciente de su mala reputación: persona difícil, poco confiable y con un largo historial de adicción a las drogas. No había hecho una película desde 1954. Sin embargo, cuando Kramer fue a ver un concierto de Judy en Dallas, quedó impresionado no solo por el tremendo rango emocional de su actuación, sino por la adulación feroz que vio en los espectadores. Le ofreció el papel por 50 000 dólares. Su parte duraba solo 18 minutos y no estaría más de ocho días en el set. A pesar de su mala reputación, Judy fue ser puntual, colaboradora y profesional durante todo el rodaje. Aunque cuando se le pidió que rodara algunos planos el mismo día que tenía que actuar en el Hollywood Bowl, la perspectiva de arruinar su voz antes del concierto la aterrorizó y se puso histérica. Kramer reprogramó sus escenas, pero sus amigos y representantes tardaron unas cuatro horas en calmarla. Judy había engordado considerablemente desde su última película y quería adelgazar para el papel. Kramer la convenció para que no cambiara su apariencia. El cineasta había elegido a una actriz tan rota y errática porque su papel requería expresiones de dolor, vergüenza y terror. 

El primer día que Judy Garland apareció en el set, todos los miembros del elenco y del equipo técnico la recibieron con un aplauso prolongado y cálido. Suponía su regreso al cine después de siete años y esta bienvenida tan calurosa fue muy especial para ella. Su estado de ánimo se elevó todavía más porque la presión de actuar era mucho menor que en otras ocasiones. En lugar de ser la protagonista de la película, como había hecho en casi todas las cintas que rodó con anterioridad, solo tenía que hacer un cameo. De todas formas, su actitud alegre supuso una dificultad a la hora de rodar sus oscuras escenas emocionales. «Maldita sea, Stanley, no puedo hacerlo. Me he secado. Estoy demasiado feliz para llorar», llegó a decirle al director. Kramer, con gran afecto, le dio un descanso de diez minutos antes de continuar rodando. «No hay nadie en el mundo del entretenimiento hoy en día, actor o cantante, que pueda ejecutar la gama completa de emociones, desde el patetismo absoluto hasta el poder… de la forma en que ella puede hacerlo», afirmó Kramer. Judy persuadió a Maximilian Schell para que fuera más hostil con ella durante la escena del contrainterrogatorio. Después, Judy le envió un ramo de flores y una nota que decía: «Gracias por ser tan malo conmigo». 

La legendaria maestra de actores y actriz tres veces ganadora del Premio Tony, de origen alemán, Uta Hagen, fue la encargada de instruir a Garland para que pareciera alemana en ¿Vencedores o vencidos?, siendo su coach de voz y acento. Esta interpretación le valió a Judy Garland su segunda nominación al Óscar, esta vez como mejor actriz de reparto, aunque no lo ganó. Ese año el premio se lo llevó la gran favorita: Rita Moreno. La actriz, cantante y bailarina puertorriqueña era la gran favorita para llevarse este galardón, aunque Judy estuvo pisándole los talones hasta el último día de las votaciones. Las crónicas cuentan que se puso a llorar cuando se enteró de que había perdido el galardón. Ese mismo año, 1962, recibió el Premio Cecil B. DeMille y una nominación al Globo de Oro a la mejor actriz de reparto. ¿Vencedores o vencidos? recibió 11 nominaciones a los Premios Óscar y solo ganó dos: mejor actor (Maximilian Schell) y mejor guion basado en otro medio. Tuvo un rival muy duro en la 34.ª edición de los Óscar al que no pudo batir: West Side Story (1961), de Robert Wise y Jerome Robbins.

Ángeles sin paraíso, aprendiendo a educar 

Ángeles sin paraíso (A Child is Waiting, 1963), de John Cassavetes, es un drama descarnado donde Judy Garland interpreta a Jean Hansen, una mujer madura y soltera de vuelta de muchos fracasos, como ella misma, que gozaba de un éxito enorme, pero se sentía la más perdedora. Hansen tiene una vida que no le satisface y busca una actividad que la llene como ser humano, dando un sentido a su existencia y por eso comienza a trabajar como profesora de música en un centro de discapacitados.

El argumento gira en torno a un niño llamado Reuben que según nos cuentan roza la normalidad, pero no es como los demás. Justo ahí está lo más triste de la película, porque te hacen ver que el niño es bastante consciente de lo que le está pasando, de que se encuentra en un limbo entre lo que se considera normal y lo que se ve como deficiente y es rechazado por los otros niños. Da mucha pena ver que los padres no vienen a verle, siendo un gran consuelo para él que Jean Hansen (Judy Garland) le trate como si fuera una segunda madre. Sin embargo el director (un Burt Lancaster radiante) hace ver a Jean que eso es contraproducente según su experiencia. Al Dr. Clark no le gusta la relación tan estrecha que se está dando entre los dos, marcada por el paternalismo y la sobreprotección, claramente diferenciable de su trato con los demás muchachos

En silencio, pero con clara inconformidad, esta enfermera y pianista, sin experiencia alguna en la educación de niños y menos aún de niños especiales, comienza a darse cuenta de que la base formativa del director-psiquiatra se centra en la norma y la disciplina, entendida esta como el ejercicio riguroso de la norma.

Estas actitudes producirán un choque necesario entre Hansen y Clark, pero abrirán un espacio de discusión en los métodos formativos de la institución. ¿Cómo se debe tratar a un niño especial? Es la pregunta que empieza a surgir en la cabeza de los empleados, pero también en la de los espectadores. Sobre todo cuando aquel espacio es uno de los primeros que se ocupa profesionalmente de aquellas necesidades ignoradas durante mucho tiempo y peor tratadas. En palabras del Dr. Clark el pequeño Reuben: «Es uno de nuestros más espectaculares fracasos».

Stanley Kramer, productor de esta notable película, estaba interesado en dirigir él mismo el guión de Abby Mann que, tras su sobresaliente trabajo juntos en ¿Vencedores o vencidos?, el escritor acababa de ofrecerle. Al final optó por entregarle el proyecto al director de la aclamada Sombras, John Cassavetes, para que lo llevara a buen puerto. Como era de esperarse por su trayectoria como realizador, Kramer se permitió ciertas intromisiones cuando le entregaron la película e hizo algunos cortes buscando que primara su tesis de que, lo correcto con los niños especiales, es tenerlos en una institución donde se socialicen con sus iguales y la cual se dedique particularmente a sus problemáticas. Mientras que Cassavetes defendía otra idea bien distinta: los niños deben ser aceptados tal como son, ya que su vida tiene un sentido y un significado. La tragedia la creamos nosotros con la forma en cómo interpretamos sus diferencias. Por lo tanto, se trata de aceptarlos en la sociedad, tal como son, sin aislarlos de ninguna manera. Al final, la película logra contener las ideas de ambos Las dos proposiciones tienen sus pros y sus contras, y debe ser el niño especial quien determine dónde se siente mucho más cómodo.

El tobogán del fin de sus días

Podría seguir cantando (I Could Go on Singing, 1963), de Ronald Neame, fue la última película que rodó Judy Garland. En ella encarna a Jenny Brown, una cantante de éxito internacional que llega a Londres para actuar en el Palladium. Su viaje obedece también a otra razón: visitar a las dos personas que más quiere: David Donne, un reputado médico al que ha amado y abandonado hace catorce años, y David, el hijo nacido de esa relación. Aunque David no está demasiado entusiasmado con este encuentro, permite a su madre que vea a su nieto y lo invite al espectáculo. El argumento es interesante, ya que trata de la dificultad de formar una familia cuando te interesa más llegar a la fama. Sin embargo, la puesta en escena y los diálogos son la mar de discretos. La historia no hay por donde cogerla (no se la cree nadie). A los actores se les ve forzados y la película fracasó en taquilla.

«Si soy una leyenda, ¿por qué estoy tan sola?», exclamó en una ocasión Judy Garland. Con esta frase sentenciadora, la actriz y cantante, que se identificó durante su carrera con películas de espíritu inocente y canciones alegres, sacó a relucir la crueldad del sistema de Hollywood.

A finales de 1959 la salud de Judy Garland empeoró, le diagnosticaron hepatitis aguda y tuvo que ser hospitalizada porque su vida corría peligro. Los médicos le dieron en ese mismo momento una esperanza de vida de unos cinco años y le dijeron que quizá no podría volver a cantar. A pesar de su enfermedad, la artista volvió a subirse al escenario del Carnegie Hall para protagonizar su concierto más recordado. De él salió el disco Judy at Carnegie Hall, que permaneció en el número uno durante trece semanas y ganó el Grammy al mejor álbum del año. Después hizo The Judy Garland Show, un exitoso, pero de corta vida, programa de televisión que fue nominado a cuatro Emmys.

Durante el invierno de 1968, Judy Garland viajó a Londres con un contrato de cinco semanas —que no llegaron a cumplirse— para actuar en el club nocturno Talk of the Town. Había días en los que brillaba ante el público y otros en los que, borracha como una cuba, se dedicaba a discutir acaloradamente con él. El viaje a Londres fue el principio de un fin que llevaba viéndose venir durante mucho tiempo.  Mickey Deans, su último marido, la encontró muerta en el baño debido a una sobredosis de barbitúricos. Más de 20 000 personas acudieron a su funeral para darle el último adiós a uno de los mayores iconos que han dado el cine y la música.

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6 comentarios

  1. Qué puedo acotar o comentar sobre este magnífico artículo de Juanma de la Poza?
    Es cierto que mi lectura está atravesada por mi inmensa admiración hacia Liza Minelli. Por otra parte, su historia personal me ha conducido hasta sus padres, quienes le han transmitido esos “genes” del arte y del espectáculo.
    Mi gusto personal puede explicar en parte que haya sido atrapada por este artículo desde la primera a la última línea. Pero la clave de esta magia es la combinación perfecta de historia del cine, la narración de las biografías de las personas que encarnaron estos monstruos del espectáculo, las pinceladas que van dibujando a través de una sintaxis impecable y un estilo cuidado y elegante (poco frecuentes ya) anécdotas y semblanzas entrañables de esta artista cuyo talento la desbordó desde su niñez.
    Simplemente un artículo de excelencia.

    1. Muchísimas gracias por las palabras tan bonitas que me acabas de dedicar. Sé que eres una gran admiradora de Liza Minnelli. Teniendo a esos dos monstruos del mundo del espectáculo como padres era normal que Liza saliera artista. Lo llevaba en la sangre. Me alegro enormemente de que te haya gustado tanto mi humilde artículo. Un beso muy fuerte, querida amiga Adriana.

    2. Muchas gracias por tus palabras, querida amiga Adriana. Sé que te gusta mucho Liza Minnelli. Me lo has dicho en varias ocasiones. Es normal que Liza se dedicara al mundo del espectáculo teniendo a dos auténticos monstruos del mundo del cine como padres. Un beso muy fuerte,

  2. Una historia de vida tristisima a pesar de haber logrado llegar a ser una actriz y cantante tan importante, deja un sabor amargo tanto dolor y sufrimiento vivido..
    Excelente informe, felicitaciones!!!

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